martes, 3 de marzo de 2015

Capitulo 17

—¿Qué? ¡No! —Empezó a dar golpes.
La cogí de la cintura y la retiré de la puerta.
—Tranquila. No te oyen.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó, nerviosa.
—Ya te abrían contestado.
Lali resopló y se retiró el cabello de la cara.
—Mierda, tengo que estar en casa a las nueve, sin falta.
Yo también tenía que estar en su casa, a las diez. Angelo nos había invitado a
cenar para ultimar la fiesta de Adriano Amadeo y hablar de… negocios. Pero al parecer, Lali no lo sabía.
Se detuvo para mirarme. Parecía frustrada.
—¿Por qué siempre que estás cerca me meto en un lío?
—¡Eh, que yo ahora no he tenido la culpa!
Miró a su alrededor algo desesperada. Yo sabía qué ocurriría si llegaba tarde a
su casa. Conocía a Angelo tan bien como a mi padre y sabía cómo se las gastaba.
Además, siempre había tenido la sensación de que a Lali no le tenía la misma estima
que a Josefina. A su hija mayor la adoraba, pero a Lali… Era extraño, apenas solía
hablar de ella, y si lo hacía no era con mucho afecto.
—Tengo que salir de aquí como sea. —Volvió a tocarse el pelo.
Me mordí el labio contemplando su figura, pero no era el mejor momento para
detenerse a pensar en lo buenísima que estaba. Me acerqué a la mesa y comencé a
recoger sus libros. Lali me observó extrañada.
Cerré la cartera y la escondí en una estantería.
—¿Qué haces? —preguntó, apartándome e intentando coger sus cosas.
Retiré sus manos.
—Quieres salir de aquí, ¿no? Pues no podemos dejar huellas si no quieres que te
expulsen.
—Ellos saben que estoy aquí.
—Al parecer no es así. —Miré hacia la ventana. Llovía con fuerza.
—¿Qué plan tienes, genio?
—Saltar por la ventana.
Me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. Solo había unos metros, así que no
nos costaría bajar ayudándonos del alféizar que había más abajo.
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
Me acerqué a ella y la cogí del brazo. La arrastré hacia la ventana.
—Escúchame, me apoyaré en ese saliente de ahí. —Le señalé el alféizar que solo
estaba a metro y medio—. Después sales tú, te ayudaré. Vamos.
—Ni de coña. Llevo falda ¿sabes?
Me reí y me giré para observar su falda.
—Ya he visto antes unas braguitas —dije con sorna—, no voy a asustarme.
—Pero nunca has visto las mías.
«Qué más quisiera yo».
Me descolgué sin problemas mientras Lali observaba. Levanté la vista hacia
ella y le extendí la mano.
—Te prometo que no miraré.
—Mentiroso. —Tragó saliva.
—Confía en mí, La —le dije. Mi voz sonó dulce y relajada.
Ella me miró dudosa, pero terminó cogiendo mi mano para ayudarse a llegar
hasta mí. La sostuve contra mi pecho en cuanto lo logró.
—Bien, ahora saltaré y después te lanzarás a mis brazos. Yo te sujetaré —dije.

En ese momento, descubrí que las limpiadoras ya estaban saliendo del colegio,
lo que significaba que pronto se activaría la alarma. Concretamente, en cuanto el
encargado cerrara la verja principal.
—No tenemos tiempo, la alarma saltará en cualquier momento.
Así fue. La alarma empezó a aullar por culpa del portazo de la ventana. Nos
desequilibramos y Lali resbaló. Pude coger su brazo y sujetarme a la ventana.
Comenzó a chillar y a moverse.
—¡No me sueltes, Peter! —gritó.
—¡No lo haré, Lali, pero si te mueves de esa forma no podré sujetarte! —dije
nervioso porque se podía resbalar.
Nuestras manos estaban empapadas y se iban escurriendo lentamente.
Debía actuar deprisa. Y antes de que pudiera darse cuenta, alcé su cuerpo a
pulso y la lancé contra mis brazos. Ella se sujetó con fuerza a mi chaqueta, jadeante.
—Tenemos que salir de aquí —dije.

lunes, 2 de marzo de 2015

Maraton 2/6

Peter

Recorrí el aparcamiento con la voz de Yeyo tras de mí explicando algo sobre 
una chica de primero. No le gustaba demasiado, pero sí lo suficiente como para tener algo con ella más allá de… los besos. A Luca, sin embargo, no le hizo gracia que Yeyo estuviera tan entusiasmado. Un entusiasmo, por cierto, algo exagerado para ser real. A mí no me la daban, yo sabía que Yeyo también sentía algo por Luca.
Vico le dio algunos consejos sobre cómo lanzarse a por todas, y le animó a que 
quedara con ella. Yeyo era el único virgen de los cuatro. También, el único que no había 
repetido el último curso. Llegué a mi moto y lancé la cartera sobre el sillín. Estaba 
lloviznando y pronto caería una buena tormenta. Pensé que hubiera sido mejor traer el Bugatti Veyron.
Al girarme, vi que Nico se acercaba; iba discutiendo con Martina. Tras ellos, 
Candela tarareaba una canción. Vico se puso tenso en cuanto esta le miró por debajo de 
su flequillo negro. Llevaban más de un año reprimiéndose y todos esperábamos el día 
en que se lanzarían a por todas. Pero parecía no llegar nunca. Suspiré y sonreí antes de 
darme cuenta de que Lali no estaba con ellos.
Ahora era yo quien se ponía tenso, pero nadie lo percibió. Me apoyé en la moto 
y me crucé de brazos.
—Creo que os habéis olvidado a la Jaqueca —bromeé mientras Luca se colocaba 
a mi lado.
Sentí la urgencia de saber dónde estaba.
—No la llames así —Candela me dio un pequeño palmetazo en el brazo.
Era increíble lo bien que habían encajado Cande y Lali.Martina llevaba casi un 
año en el grupo y no había terminado de intimar con ella. Siempre había creído que 
Luca era el que mantenía aquella relación. Pero con Lali era todo lo contrario.
—Se ha ido con Benjamín —dijo Candela, que enseguida se dio cuenta de que 
no me había gustado el comentario.
Quería indagar más. Así que la cogí de la mano y la arrastré hacia un lado; ella 
soltó un pequeño grito. La rodeé con mis brazos y la abracé mientras escuchaba su risa en mi hombro. Adoraba a esa niña. Era como la hermana que nunca tuve y ella lo sabía desde que éramos niños. Fue la única chica de nuestro grupo hasta que descubrimos que Luca era igual que ella.
—¿Cuándo se ha ido? —le pregunté sin separarla de mis brazos.
Nadie parecía darse cuenta.
—Hace unos minutos. —Me miró con el ceño fruncido—. Esta tarde vendrá a 
estudiar a la biblioteca. Sobre las seis o las siete. Sé bueno. —Se apartó de mí unos 
centímetros, pero no me soltó—. ¿Qué te ocurre con ella?
—Te prometo que cuando lo averigüe te lo digo.
Luca se acercó a nosotros.
—¿Qué cotorreáis?
—Nada. Le decía a Peter que debería aprender de Lali. —Su mirada se 
dirigió a Luca, pero enseguida volvió hacia mí para añadir—: Tú también estás 
castigado.
—Lo sé, pero ¿cuándo me ha importado? —pregunté mientras me acercaba a la 
moto y me montaba en ella—. Me voy, nos vemos luego —me despedí de mis amigos 
mientras arrancaba.

Eran casi las ocho y aún estaba decidiendo si ir o no al colegio. En realidad, no 
tenía motivos para aparecer por allí, pero me moría de ganas de hacerlo.
Me lancé escaleras abajo.
Cogí mi moto y salí de la Fontana di Trevi sintiendo la lluvia y su nombre 
palpitar en mi pecho. ¿Por qué demonios ocupaba todos mis pensamientos?
Ni siquiera me di cuenta de que ya entraba por la calle del colegio.
Me detuve. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto. Me bajé de la moto 
decidiendo que lo mejor sería entrar en el San Angelo por la parte de atrás. Ya no 
quedaba casi nadie en el colegio, pero no quería que me viera nadie. No podía ser visto yendo en busca de una chica cuando nunca antes lo había hecho. Sin embargo, 
necesitaba… verla. Joder, estaba peor de lo que imaginaba.
Salté la verja, con un salto rápido y ágil, y recorrí la pista de fútbol. Atravesé el 
patio y entré en el gimnasio. Las luces estaban apagadas y fuera ya era de noche, así que me costó cruzar aquel enorme lugar. De fondo, escuchaba el agua de la piscina 
cubierta.
Al salir, atravesé el pasillo y subí deprisa las escaleras antes de que pudiera 
encontrarme con alguna mujer de la limpieza. No era la primera vez que me colaba y tampoco la primera que me descubrían. La última vez fue cuando me expulsaron unasemana por hurgar en los archivos del despacho del director. Por ese motivo, repetí segundo y conmigo, Nico y Vico. Hay que hacer constar que ellos tuvieron la idea.
Llegué al primer piso. No había nadie, pero sí percibí el sonido de unos folios al 
moverse. Venía de la biblioteca. Me acerqué sigiloso y asomé la cabeza por la puerta. 
La vi allí sentada. Estaba concentrada en la libreta y escribía con rapidez. Su cabello se 
extendía por la espalda y algunos mechones reposaban sobre la mesa. Se humedeció 
los labios.
Procuré no hacer ruido al entrar. Me acerqué lentamente hasta apoyarme en la 
mesa que ella tenía delante. Crucé las piernas e hice lo mismo con los brazos 
apoyándolos sobre mi pecho. Fue entonces cuando Lali se dio cuenta de mi 
presencia.
Frunció el ceño y me miró de arriba abajo. Su mirada me recorrió suave y 
lentamente. Demasiado despacio. Me gustó. Aquel era el tipo de mirada que yo 
empleaba y, hasta ese momento, no había visto a nadie hacerlo del mismo modo.
Apreté los labios y ella torció el gesto; volvió a examinarme. Le gustaba mi 
cuerpo.
—¿Disfrutas? —pregunté, aunque sabía que así era.
Volvió a humedecerse los labios. Cualquier movimiento que hiciera me 
resultaba provocador, demasiado para alguien como yo. Me fue muy difícil apartar de mi imaginación escenas más subidas de tono.
—¿Te gustaría que así fuera?
«Genial», pensé.
Si pensaba que era una descarada, estaba en lo cierto. Aquel comentario me 
recordó demasiado a mí.
—¿Qué haces aquí?
—Daba un paseo —contesté, observando su cuerpo.
Ella dio un pequeño golpe en la mesa con el bolígrafo. No le sentó bien que la 
mirara de esa forma, pero tampoco podía quejarse, ella había empezado.
—Sería de gran ayuda que te largaras.
—No me apetece ayudarte. Quiero decir, no pienso irme.
—Te he entendido —alzó un poco la voz—, pero me da igual lo que te apetezca 
o no. Lárgate.
—También es mi colegio.
Cerró los ojos y suspiró. Se estaba controlando y eso era exactamente lo que no 
quería que hiciera. Comenzaba a extrañarme que no utilizara su prepotencia.
—¿Quién viene a recogerte? —volví a preguntar.
—¿A ti qué te importa? —Por su tono de voz supe que comenzaba a ofuscarse.
Mi presencia la incomodaba tanto como a mí la suya.
—No me importa, es solo que te vas a mojar —dije.
Sí me importaba, si era Benjamin quien iba a ir a buscarla. Pero lo que más me 
molestaba era que me mortificara que Lali tuviera vida sentimental.
Miró la ventana y maldijo algo que solo ella comprendió. Seguramente 
mascullaba en alemán, pero no alcancé a apreciarlo. Suspiró y se volvió hacia mí.
—No sabía que el agua comiera. —Entrecerró los ojos y se le escapó una sonrisa insinuante. Joder. ¿Por qué tuvo que decir eso? Lali no sabía lo que la palabra 
«comer» podía llegar a significar en aquel momento. Me mordí el labio—. Además, 
puedo coger un taxi.
—¡Genial! Que te vaya bien con la física. —Comencé a caminar hacia la salida.
—Peter, te recuerdo que este trabajo es un castigo y que tú también lo 
tienes.
Me encogí de hombros y decidí irme justo en el momento en que se oyó el 
sonido de la puerta al cerrarse desde fuera. Una de las señoras de la limpieza nos había 
encerrado en la biblioteca. Tal vez llevara los auriculares puestos, o quizá fuera un 
poco corta, pero el caso es que no se había dado cuenta de que había gente dentro.
Lali levantó la mirada y me observó, expectante.
—Espero que no sea lo que creo que es —dijo, con un hilo de preocupación en 
su voz mientras se levantaba de la mesa y caminaba hacia mí.
—Me temo que sí.

Maratón 1/5

Lali
Peter salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.
El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. 
Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a 
Peter.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero 
también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Peter 
protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Peter debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no 

lo utilizara.
Candela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la 
cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Peter. Aquello comenzaba a 
ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Candela, sin dejar de 
chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados 
sobre la hierba de algún parque. Martina besaba a Nico en la mejilla; Luca estaba 
sentado sobre el regazo de Peter y apoyaba una mano en el hombro de Yeyo, que 
sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Candela tenía las manos de Vico 
rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Peter, el año pasado —dijo Martina. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Peter es el 24 de Agosto. Aún quedan unos meses 
para que cambies de opinión sobre él —sentenció Candela, soltando el día de su 
cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Cande. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la 
cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. 
Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de 
Peter, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien 
pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar 
sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder 
despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Gastón, habría deseado volver a Viena. Aunque Peter… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible 
sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me 
quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y 
cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Peter retiró mi cabello 
acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el 
susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con 
gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. 
Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí 
mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. 
Peter sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.

Capítulo 15

Lali
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del 
director. Sabía que Peter me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría 
matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Candela me había dicho que era extraño que se 
comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía 
más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado 
haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Nico (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero. 
Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes 
de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se 
volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas 
empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su 
respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una 
sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis 
brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí. 

Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al 
despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para 
la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Peter no parecía importarle optar por la primera alternativa —
seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó 

aceptando el trabajo de física.
Peter
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó 
Nico al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Lali no dejaba de mirarme como si 
estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera 
verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle 
que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada. 
Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo 
hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo 
de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Nico se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Lali seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo 
los labios y supe que fue un error en cuanto Nico siguió la dirección de mi mirada—. 
¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Peter?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Nico.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba 

volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me
sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba 
nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas. 
Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían 
pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Lali
(y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que 
tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la 
mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho 
el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así, 
sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba 
necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un 

trago de vodka o de ron.
Lo siento por estos dias, tengo muchos examenes .A la noche subire una gran maraton si ustedes quieren .Las quiero muak.