Lali
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del
director. Sabía que Peter me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría
matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Candela me había dicho que era extraño que se
comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía
más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado
haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Nico (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero.
Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes
de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se
volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas
empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su
respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una
sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis
brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí.
Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al
despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para
la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Peter no parecía importarle optar por la primera alternativa —
seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó
aceptando el trabajo de física.
Peter
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó
Nico al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Lali no dejaba de mirarme como si
estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera
verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle
que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada.
Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo
hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo
de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Nico se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Lali seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo
los labios y supe que fue un error en cuanto Nico siguió la dirección de mi mirada—.
¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Peter?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Nico.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba
volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me
sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba
nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas.
Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían
pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Lali
(y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que
tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la
mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho
el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así,
sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba
necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un
trago de vodka o de ron.
Lo siento por estos dias, tengo muchos examenes .A la noche subire una gran maraton si ustedes quieren .Las quiero muak.
Genial capítulo
ResponderEliminarSi maratón por favor
Jajjajjaja.Nico lo descubrió.
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