lunes, 2 de marzo de 2015

Maratón 1/5

Lali
Peter salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.
El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. 
Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a 
Peter.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero 
también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Peter 
protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Peter debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no 

lo utilizara.
Candela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la 
cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Peter. Aquello comenzaba a 
ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Candela, sin dejar de 
chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados 
sobre la hierba de algún parque. Martina besaba a Nico en la mejilla; Luca estaba 
sentado sobre el regazo de Peter y apoyaba una mano en el hombro de Yeyo, que 
sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Candela tenía las manos de Vico 
rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Peter, el año pasado —dijo Martina. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Peter es el 24 de Agosto. Aún quedan unos meses 
para que cambies de opinión sobre él —sentenció Candela, soltando el día de su 
cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Cande. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la 
cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. 
Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de 
Peter, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien 
pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar 
sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder 
despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Gastón, habría deseado volver a Viena. Aunque Peter… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible 
sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me 
quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y 
cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Peter retiró mi cabello 
acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el 
susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con 
gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. 
Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí 
mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. 
Peter sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.

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