martes, 3 de marzo de 2015

Capitulo 17

—¿Qué? ¡No! —Empezó a dar golpes.
La cogí de la cintura y la retiré de la puerta.
—Tranquila. No te oyen.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó, nerviosa.
—Ya te abrían contestado.
Lali resopló y se retiró el cabello de la cara.
—Mierda, tengo que estar en casa a las nueve, sin falta.
Yo también tenía que estar en su casa, a las diez. Angelo nos había invitado a
cenar para ultimar la fiesta de Adriano Amadeo y hablar de… negocios. Pero al parecer, Lali no lo sabía.
Se detuvo para mirarme. Parecía frustrada.
—¿Por qué siempre que estás cerca me meto en un lío?
—¡Eh, que yo ahora no he tenido la culpa!
Miró a su alrededor algo desesperada. Yo sabía qué ocurriría si llegaba tarde a
su casa. Conocía a Angelo tan bien como a mi padre y sabía cómo se las gastaba.
Además, siempre había tenido la sensación de que a Lali no le tenía la misma estima
que a Josefina. A su hija mayor la adoraba, pero a Lali… Era extraño, apenas solía
hablar de ella, y si lo hacía no era con mucho afecto.
—Tengo que salir de aquí como sea. —Volvió a tocarse el pelo.
Me mordí el labio contemplando su figura, pero no era el mejor momento para
detenerse a pensar en lo buenísima que estaba. Me acerqué a la mesa y comencé a
recoger sus libros. Lali me observó extrañada.
Cerré la cartera y la escondí en una estantería.
—¿Qué haces? —preguntó, apartándome e intentando coger sus cosas.
Retiré sus manos.
—Quieres salir de aquí, ¿no? Pues no podemos dejar huellas si no quieres que te
expulsen.
—Ellos saben que estoy aquí.
—Al parecer no es así. —Miré hacia la ventana. Llovía con fuerza.
—¿Qué plan tienes, genio?
—Saltar por la ventana.
Me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. Solo había unos metros, así que no
nos costaría bajar ayudándonos del alféizar que había más abajo.
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
Me acerqué a ella y la cogí del brazo. La arrastré hacia la ventana.
—Escúchame, me apoyaré en ese saliente de ahí. —Le señalé el alféizar que solo
estaba a metro y medio—. Después sales tú, te ayudaré. Vamos.
—Ni de coña. Llevo falda ¿sabes?
Me reí y me giré para observar su falda.
—Ya he visto antes unas braguitas —dije con sorna—, no voy a asustarme.
—Pero nunca has visto las mías.
«Qué más quisiera yo».
Me descolgué sin problemas mientras Lali observaba. Levanté la vista hacia
ella y le extendí la mano.
—Te prometo que no miraré.
—Mentiroso. —Tragó saliva.
—Confía en mí, La —le dije. Mi voz sonó dulce y relajada.
Ella me miró dudosa, pero terminó cogiendo mi mano para ayudarse a llegar
hasta mí. La sostuve contra mi pecho en cuanto lo logró.
—Bien, ahora saltaré y después te lanzarás a mis brazos. Yo te sujetaré —dije.

En ese momento, descubrí que las limpiadoras ya estaban saliendo del colegio,
lo que significaba que pronto se activaría la alarma. Concretamente, en cuanto el
encargado cerrara la verja principal.
—No tenemos tiempo, la alarma saltará en cualquier momento.
Así fue. La alarma empezó a aullar por culpa del portazo de la ventana. Nos
desequilibramos y Lali resbaló. Pude coger su brazo y sujetarme a la ventana.
Comenzó a chillar y a moverse.
—¡No me sueltes, Peter! —gritó.
—¡No lo haré, Lali, pero si te mueves de esa forma no podré sujetarte! —dije
nervioso porque se podía resbalar.
Nuestras manos estaban empapadas y se iban escurriendo lentamente.
Debía actuar deprisa. Y antes de que pudiera darse cuenta, alcé su cuerpo a
pulso y la lancé contra mis brazos. Ella se sujetó con fuerza a mi chaqueta, jadeante.
—Tenemos que salir de aquí —dije.

lunes, 2 de marzo de 2015

Maraton 2/6

Peter

Recorrí el aparcamiento con la voz de Yeyo tras de mí explicando algo sobre 
una chica de primero. No le gustaba demasiado, pero sí lo suficiente como para tener algo con ella más allá de… los besos. A Luca, sin embargo, no le hizo gracia que Yeyo estuviera tan entusiasmado. Un entusiasmo, por cierto, algo exagerado para ser real. A mí no me la daban, yo sabía que Yeyo también sentía algo por Luca.
Vico le dio algunos consejos sobre cómo lanzarse a por todas, y le animó a que 
quedara con ella. Yeyo era el único virgen de los cuatro. También, el único que no había 
repetido el último curso. Llegué a mi moto y lancé la cartera sobre el sillín. Estaba 
lloviznando y pronto caería una buena tormenta. Pensé que hubiera sido mejor traer el Bugatti Veyron.
Al girarme, vi que Nico se acercaba; iba discutiendo con Martina. Tras ellos, 
Candela tarareaba una canción. Vico se puso tenso en cuanto esta le miró por debajo de 
su flequillo negro. Llevaban más de un año reprimiéndose y todos esperábamos el día 
en que se lanzarían a por todas. Pero parecía no llegar nunca. Suspiré y sonreí antes de 
darme cuenta de que Lali no estaba con ellos.
Ahora era yo quien se ponía tenso, pero nadie lo percibió. Me apoyé en la moto 
y me crucé de brazos.
—Creo que os habéis olvidado a la Jaqueca —bromeé mientras Luca se colocaba 
a mi lado.
Sentí la urgencia de saber dónde estaba.
—No la llames así —Candela me dio un pequeño palmetazo en el brazo.
Era increíble lo bien que habían encajado Cande y Lali.Martina llevaba casi un 
año en el grupo y no había terminado de intimar con ella. Siempre había creído que 
Luca era el que mantenía aquella relación. Pero con Lali era todo lo contrario.
—Se ha ido con Benjamín —dijo Candela, que enseguida se dio cuenta de que 
no me había gustado el comentario.
Quería indagar más. Así que la cogí de la mano y la arrastré hacia un lado; ella 
soltó un pequeño grito. La rodeé con mis brazos y la abracé mientras escuchaba su risa en mi hombro. Adoraba a esa niña. Era como la hermana que nunca tuve y ella lo sabía desde que éramos niños. Fue la única chica de nuestro grupo hasta que descubrimos que Luca era igual que ella.
—¿Cuándo se ha ido? —le pregunté sin separarla de mis brazos.
Nadie parecía darse cuenta.
—Hace unos minutos. —Me miró con el ceño fruncido—. Esta tarde vendrá a 
estudiar a la biblioteca. Sobre las seis o las siete. Sé bueno. —Se apartó de mí unos 
centímetros, pero no me soltó—. ¿Qué te ocurre con ella?
—Te prometo que cuando lo averigüe te lo digo.
Luca se acercó a nosotros.
—¿Qué cotorreáis?
—Nada. Le decía a Peter que debería aprender de Lali. —Su mirada se 
dirigió a Luca, pero enseguida volvió hacia mí para añadir—: Tú también estás 
castigado.
—Lo sé, pero ¿cuándo me ha importado? —pregunté mientras me acercaba a la 
moto y me montaba en ella—. Me voy, nos vemos luego —me despedí de mis amigos 
mientras arrancaba.

Eran casi las ocho y aún estaba decidiendo si ir o no al colegio. En realidad, no 
tenía motivos para aparecer por allí, pero me moría de ganas de hacerlo.
Me lancé escaleras abajo.
Cogí mi moto y salí de la Fontana di Trevi sintiendo la lluvia y su nombre 
palpitar en mi pecho. ¿Por qué demonios ocupaba todos mis pensamientos?
Ni siquiera me di cuenta de que ya entraba por la calle del colegio.
Me detuve. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto. Me bajé de la moto 
decidiendo que lo mejor sería entrar en el San Angelo por la parte de atrás. Ya no 
quedaba casi nadie en el colegio, pero no quería que me viera nadie. No podía ser visto yendo en busca de una chica cuando nunca antes lo había hecho. Sin embargo, 
necesitaba… verla. Joder, estaba peor de lo que imaginaba.
Salté la verja, con un salto rápido y ágil, y recorrí la pista de fútbol. Atravesé el 
patio y entré en el gimnasio. Las luces estaban apagadas y fuera ya era de noche, así que me costó cruzar aquel enorme lugar. De fondo, escuchaba el agua de la piscina 
cubierta.
Al salir, atravesé el pasillo y subí deprisa las escaleras antes de que pudiera 
encontrarme con alguna mujer de la limpieza. No era la primera vez que me colaba y tampoco la primera que me descubrían. La última vez fue cuando me expulsaron unasemana por hurgar en los archivos del despacho del director. Por ese motivo, repetí segundo y conmigo, Nico y Vico. Hay que hacer constar que ellos tuvieron la idea.
Llegué al primer piso. No había nadie, pero sí percibí el sonido de unos folios al 
moverse. Venía de la biblioteca. Me acerqué sigiloso y asomé la cabeza por la puerta. 
La vi allí sentada. Estaba concentrada en la libreta y escribía con rapidez. Su cabello se 
extendía por la espalda y algunos mechones reposaban sobre la mesa. Se humedeció 
los labios.
Procuré no hacer ruido al entrar. Me acerqué lentamente hasta apoyarme en la 
mesa que ella tenía delante. Crucé las piernas e hice lo mismo con los brazos 
apoyándolos sobre mi pecho. Fue entonces cuando Lali se dio cuenta de mi 
presencia.
Frunció el ceño y me miró de arriba abajo. Su mirada me recorrió suave y 
lentamente. Demasiado despacio. Me gustó. Aquel era el tipo de mirada que yo 
empleaba y, hasta ese momento, no había visto a nadie hacerlo del mismo modo.
Apreté los labios y ella torció el gesto; volvió a examinarme. Le gustaba mi 
cuerpo.
—¿Disfrutas? —pregunté, aunque sabía que así era.
Volvió a humedecerse los labios. Cualquier movimiento que hiciera me 
resultaba provocador, demasiado para alguien como yo. Me fue muy difícil apartar de mi imaginación escenas más subidas de tono.
—¿Te gustaría que así fuera?
«Genial», pensé.
Si pensaba que era una descarada, estaba en lo cierto. Aquel comentario me 
recordó demasiado a mí.
—¿Qué haces aquí?
—Daba un paseo —contesté, observando su cuerpo.
Ella dio un pequeño golpe en la mesa con el bolígrafo. No le sentó bien que la 
mirara de esa forma, pero tampoco podía quejarse, ella había empezado.
—Sería de gran ayuda que te largaras.
—No me apetece ayudarte. Quiero decir, no pienso irme.
—Te he entendido —alzó un poco la voz—, pero me da igual lo que te apetezca 
o no. Lárgate.
—También es mi colegio.
Cerró los ojos y suspiró. Se estaba controlando y eso era exactamente lo que no 
quería que hiciera. Comenzaba a extrañarme que no utilizara su prepotencia.
—¿Quién viene a recogerte? —volví a preguntar.
—¿A ti qué te importa? —Por su tono de voz supe que comenzaba a ofuscarse.
Mi presencia la incomodaba tanto como a mí la suya.
—No me importa, es solo que te vas a mojar —dije.
Sí me importaba, si era Benjamin quien iba a ir a buscarla. Pero lo que más me 
molestaba era que me mortificara que Lali tuviera vida sentimental.
Miró la ventana y maldijo algo que solo ella comprendió. Seguramente 
mascullaba en alemán, pero no alcancé a apreciarlo. Suspiró y se volvió hacia mí.
—No sabía que el agua comiera. —Entrecerró los ojos y se le escapó una sonrisa insinuante. Joder. ¿Por qué tuvo que decir eso? Lali no sabía lo que la palabra 
«comer» podía llegar a significar en aquel momento. Me mordí el labio—. Además, 
puedo coger un taxi.
—¡Genial! Que te vaya bien con la física. —Comencé a caminar hacia la salida.
—Peter, te recuerdo que este trabajo es un castigo y que tú también lo 
tienes.
Me encogí de hombros y decidí irme justo en el momento en que se oyó el 
sonido de la puerta al cerrarse desde fuera. Una de las señoras de la limpieza nos había 
encerrado en la biblioteca. Tal vez llevara los auriculares puestos, o quizá fuera un 
poco corta, pero el caso es que no se había dado cuenta de que había gente dentro.
Lali levantó la mirada y me observó, expectante.
—Espero que no sea lo que creo que es —dijo, con un hilo de preocupación en 
su voz mientras se levantaba de la mesa y caminaba hacia mí.
—Me temo que sí.

Maratón 1/5

Lali
Peter salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.
El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. 
Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a 
Peter.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero 
también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Peter 
protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Peter debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no 

lo utilizara.
Candela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la 
cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Peter. Aquello comenzaba a 
ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Candela, sin dejar de 
chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados 
sobre la hierba de algún parque. Martina besaba a Nico en la mejilla; Luca estaba 
sentado sobre el regazo de Peter y apoyaba una mano en el hombro de Yeyo, que 
sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Candela tenía las manos de Vico 
rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Peter, el año pasado —dijo Martina. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Peter es el 24 de Agosto. Aún quedan unos meses 
para que cambies de opinión sobre él —sentenció Candela, soltando el día de su 
cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Cande. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la 
cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. 
Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de 
Peter, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien 
pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar 
sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder 
despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Gastón, habría deseado volver a Viena. Aunque Peter… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible 
sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me 
quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y 
cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Peter retiró mi cabello 
acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el 
susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con 
gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. 
Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí 
mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. 
Peter sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.

Capítulo 15

Lali
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del 
director. Sabía que Peter me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría 
matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Candela me había dicho que era extraño que se 
comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía 
más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado 
haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Nico (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero. 
Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes 
de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se 
volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas 
empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su 
respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una 
sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis 
brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí. 

Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al 
despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para 
la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Peter no parecía importarle optar por la primera alternativa —
seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó 

aceptando el trabajo de física.
Peter
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó 
Nico al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Lali no dejaba de mirarme como si 
estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera 
verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle 
que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada. 
Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo 
hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo 
de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Nico se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Lali seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo 
los labios y supe que fue un error en cuanto Nico siguió la dirección de mi mirada—. 
¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Peter?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Nico.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba 

volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me
sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba 
nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas. 
Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían 
pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Lali
(y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que 
tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la 
mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho 
el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así, 
sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba 
necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un 

trago de vodka o de ron.
Lo siento por estos dias, tengo muchos examenes .A la noche subire una gran maraton si ustedes quieren .Las quiero muak.

lunes, 23 de febrero de 2015

Capítulo 14

Peter
Había decidido pasar de Lali, y de hecho lo logré durante un par de días.
Pero cuando el jueves aparecí en el pasillo del instituto y la vi apoyada contra la pared
hablando con Giulio, me entraron ganas de…
Me acerqué hasta ellos caminando lentamente mientras me fijaba en sus
piernas. Esa vez, las medias le ocultaban las rodillas y hacían más espectacular el inicio
de sus muslos. Lástima que aquella puñetera falda tapara lo más interesante.
Suspiré. Aquella niñata se había propuesto amargarme la vida llevando el
uniforme de aquel modo. Se atusó la coleta alta que llevaba y me miró fijamente.
Me apoyé justo a su lado, hombro con hombro.
—Dice mucho de ti que la primera semana de clase ya estés coqueteando —
sonreí, desviando la mirada hacia su pecho.
Me humedecí los labios, expectante por la contestación. Si algo sabía hacer
Lali —aparte de ponerme muy, pero que muy cachondo— era ser ingeniosa a la
hora de hablar.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó entre dientes girándose hasta que su
frente topó casi con la mía.
Dios, estábamos muy cerca. Sonreí. Dijera lo que dijera, ya había logrado captar
su atención y apartar a Giulio de ella.
—Que te pueden confundir con una chica… fácil. Pero, vaya, si lo eres, no
tienes por qué preocuparte.
—¡Serás capullo! —exclamó antes de lanzarse sobre mí para agarrarme del
cuello.
La esquivé cogiendo sus brazos y girándola. Su espalda topó con fuerza contra
mi pecho y los dos nos estampamos contra la pared.
—¡Suéltame! —gritó mientras los otros alumnos se iban agolpando a nuestro
alrededor.
—Eres un poco histérica —le susurré al oído. La solté en cuanto vi al señor
Petrucci, el profesor de matemáticas.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
—Este niñato me ha insultado delante de todo el mundo. ¡Me ha llamado chica
fácil! —dijo sin poder contener su desconcierto.
No era momento de explicarle por qué lo había hecho. Quizá algún día tuviera
ocasión de hacerlo, pero Giulio ya no se volvería a acercar a ella.
—Los dos al despacho, ahora.
—¡Pero yo no he hecho nada! —protestó.
—¡He dicho ahora, señorita Espósito! —repitió el profesor Petrucci—. Y en
silencio. Los demás, a clase.
Lo siento por estos dias pero estoy muy liada.El jueves hay maratón

miércoles, 18 de febrero de 2015

Capitulo 13

Lali
—¡¿En qué estás pensando?! ¡Tenías espacio suficiente para esquivarme, 
imbécil! —le grité.
Con furia, tiré al suelo el vaso de cartón. El poco líquido que quedaba terminó 
en nuestros zapatos. Él echó a caminar como si nada. Ni siquiera hizo el intento de 
disculparse.
Avancé dando zancadas y le cogí del hombro obligándole a darse la vuelta. Se 
giró con pose arrogante, solo que esta vez frunció el ceño y los labios. Estaba molesto. 
Con un gesto déspota, se retiró dejando mi mano en el aire. Por primera vez en mi vida 
me vencía la sensación de inferioridad. Media cafetería observaba expectante.
—¿Es que ni siquiera piensas pedir perdón? —pregunté, inventándome una 
seguridad que no existía. Él suspiró y comenzó a negar con la cabeza, lentamente.
—Dudo que lo merezcas —contestó con una voz grave.
Pestañeé varias veces mientras digería lo que acababa de escuchar. Aquel tío 

dejaba de ser un imbécil para convertirse en el capullo más grande que había conocido.
—No solo te falta inteligencia sino también vergüenza —espeté, sabiendo que 
eso terminaría de crisparle los nervios.
Apretó la mandíbula y acortó la poca distancia que nos mantenía separados con 
un decidido paso.
—Si no te hubieras interpuesto en mi camino, ahora no estarías aquí esperando 
una disculpa —susurró pegado a mi mejilla y totalmente irritado—. Créeme, no voy a 
dártela. —Su nariz rozó mi mandíbula.
—¿Crees que me acobardas con esa fachada de tipo duro, chulo y descarado? 
Pues te equivocas —le dije con voz contenida.
—Lo único que sé es que eres una jodida jaqueca.
¿Acababa de llamarme jaqueca? Será capullo. Me cago en…
—¿Cómo dices? —Casi me sale un tartamudeo.
—Te lo diré de otra forma. Estás comenzando a provocarme dolor de cabeza 
me habló como si fuera una niña de tres años.
—No lo tendrías si no hubieras metido tus narices en esta mesa —casi grité.
Candela me cogió del brazo y me arrastró condescendiente.
—Para ya, Peter —le dijo.
Este suspiró, le sonrió y le guiñó un ojo. No comprendía cómo demonios Candela lograba llevarse así de bien con él.
Volví a clase.
Cuando escuché el último timbre del día, recogí mis cosas aprisa y salí del 
aula. No quería hablar más con Peter, así que mejor evitar la ocasión. Candela me 
siguió arrastrando su cartera a medio cerrar.
—¡Espera! —exclamó alcanzándome—. Chica, ¡qué prisas!
—No quiero tener que volver a cruzarme con Peter.
—Vamos, tranquila, Peter no es tan capullo como crees.
Puse los ojos en blanco.
—Será contigo. Cada vez que me ve intenta fastidiarme y eso me incomoda, 
¿sabes? Es muy difícil estar cerca de él. Ya ni te cuento si se sienta a tu lado.
Candela se quedó pensativa mientras bajábamos las escaleras. No vi a Martina ni a Luca; seguramente ya estarían abajo.
—Lo extraño de todo esto es que nunca se había comportado así con una chica 
—comentó Candela, como si siguiera una conversación con ella misma—. Él no se anda con rodeos. Si le gusta alguien, se lo dice y después… bueno después…
—Después se la lleva a la cama, ¿no es así? —terminé por ella—. Supongo que 
ni siquiera hay primera cita.
—Con Peter las cosas no funcionan así. Él es diferente. No se compromete. 
Nunca ha tenido novia y tampoco quiere tenerla. Eso lo saben todas las chicas del 
instituto.
La miré incrédula. En realidad, no terminaba de comprenderla.
—Vale, y ¿qué me quieres decir con eso?
—Pues que es raro que Peter te esté molestando. Él pasa de esas cosas. —
Candela frunció el ceño.
¿Qué pretendía decirme? ¿Qué excepción estaba haciendo Peter conmigo?
—¿Crees que trama algo? —pregunté.
—Es capaz de cualquier cosa, así que no me extrañaría. —Entrecerró los ojos—. 
Está claro que tú eres diferente, Lali.
—¿Diferente? —Arqueé una ceja antes de que se acercara a mí con una sonrisa 
pícara.
—Sí… —Me miró pensativa y tomó aire antes de hablar—. Mira, Lali, conozco a Peter mejor que a mi hermano. Sé de sus rollos, de sus peleas, de sus problemas… Lo sé todo de él y de sus amigos porque también son los míos desde hace mucho tiempo. Son mis mejores amigos, él es mi mejor amigo, pero no tengo ni la menor idea de por qué se está comportando así contigo.
Desvié la mirada, indecisa. No conocía a Candela, pero me daba la sensación de 
que se estaba enfadando conmigo y eso era lo último que quería. Yo solo necesitaba 
saber por qué Peter actuaba de este modo.
—Lo siento, Cande. No quería importunarte.
—Pero ¿qué dices? No estoy enfadada. Dios, perdóname si te he dado esa sensación, no era mi intención. —Me agarró del brazo antes de darme un beso—. Solo 
intentaba decirte que no se me ocurre ningún motivo para que Peter se comporte 
así.
—Me dejas más tranquila.
—A menos que…
—¿Qué?
La sonrisita juguetona de Candela me desquició. Me daba a entender muchas 

cosas, pero ninguna de ellas me concretaba nada.
—Te diré una cosa y espero que no te moleste. —Humedeció sus labios—. Eres 
exactamente igual que él, pero en versión femenina y algo menos chula.
«¿Iguales? Joder, lo que me faltaba, parecerme a ese capullo», pensé.
—¡Venga ya! —le dije.
Candela soltó una carcajada. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos 
llegado a la entrada del colegio. Bajé las escaleras y salí al patio exterior donde me 
despedí de mis amigas. Martina continuaba seria, pero prefería esperar a llamarla para 
hablar con tranquilidad. Le guiñé un ojo antes de ver a Benjamin apoyado en su 
impecable Aston Martin verde oscuro. Iba vestido con unos vaqueros y un polo blanco 
que marcaba cada músculo de su cuerpo.
Pestañeé sorprendida cuando mi prima pasó por mi lado.
—¡Que tierno! Benja ha venido a recogerte —dijo poniendo aquella estúpida voz de niñata—. Es una pena que no sepas complacerle.
La miré y forcé una sonrisa.
—¡Qué lástima! Me prefiere a mí en vez de a ti. Así que algo tendré que le complazca, ¿no crees?
Me marché caminando con paso firme. Euge vivía enamorada de Benjamín desde hacía unos años, pero, por lo que sabía, no había logrado nada con él. Así que mi comentario le tenía que haber hecho daño. «Te aguantas», pensé.
Mientras me acercaba a Benjamín vi a Peter al final del jardín. Hablaba 
con Nicoo y Yeyo (Vico se había ido con Candela en la moto). De repente, miró hacia mí sin dejar de hablar. Estaba lejos, pero no tanto como para no ver su mirada intensa y 
acusadora. Suspiró y se quitó la chaqueta del uniforme con cierta furia. Para él, un 
ademán típico, para mí, un gesto de lo más excitante. La cintura del pantalón se le 
ceñía a la cadera y marcaba sus piernas.
¿Por qué demonios estaba tan bueno?
Llegué al Aston Martin, donde Benjamin me esperaba con una encantadora 
sonrisa.
—¡Hola! ¿Como tú por aquí? —dije mientras él me cogía de la cintura y me 
daba un abrazo más típico entre las parejas de enamorados que entre amigos.
Además, nosotros solo éramos conocidos. Apenas habíamos tenido trato y 
Benja ya se tomaba ciertas confianzas.
Pude ver de soslayo cómo Peter se mordía el labio. Ahora le tenía más cerca y algo me dijo que no le sentaba demasiado bien que estuviera en brazos de Benja, así que decidí alargar el momento.
Solté la cartera en el suelo y estiré lentamente mis brazos hasta rodear el cuello de Benjamín. Cerré los ojos cuando me besó en el cuello. Le sonreí cuando los abrí.
—Quería darte una sorpresa. ¿Te apetece que comamos juntos? —me propuso, 
resistiéndose a soltarme.
Peter había desaparecido de mi campo de visión.
Ya era demasiado tarde para volver atrás, así que no me quedó más remedio 
que aceptar la invitación. No quería intimar con Benja, pero después de haberle 
utilizado me sentí en el compromiso de acceder.
Me monté en el coche y bajé la ventanilla. Benja arrancó el motor. La 
música de su reproductor saltó donde la había dejado antes de detener el vehículo. 
Sonaba una de las canciones del nuevo disco de Shakira: Rabiosa.
Alcé las cejas, incrédula.
—¿Te gusta Shakira? —pregunté.
—No más que tú.
Perfecto. Tuve que girar la cara para que no percibiera lo poco que me había 
gustado el comentario.
Antes de dejar la calle, escuché el rugido de un motor inconfundible: Bugatti 
Veyron. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que al volante de esa maravilla se 
hallaba Peter.
Así fue. Se colocó justo a mi lado haciendo gala una vez más de aquella mirada, 
tan bonita como inescrutable. Tenía una mano sobre el volante y la otra en la 
ventanilla. Un cigarrillo colgaba de sus labios.
—¡Rabiosa! —exclamó mientras echaba la cabeza hacia atrás y empezaba a 
mover los hombros de un lado al otro. Ni siquiera el cachondeo restaba sensualidad a 
sus movimientos, perfectamente acompasados con la melodía—. Dime, Lali, ¿me morderías la boca?
Un extraño resquemor a medio camino entre el odio y la excitación me recorrió 
el cuerpo. Le miré encolerizada.
—Tendrás que descubrirlo tú mismo.
¡Dios! Si le odiaba, ¿por qué no podía evitar imaginar esa situación? Sí que le 
mordería la boca, sí…, entre otras muchas cosas.
«Estás loca. Esto no puede ser. Mándalo a la mierda. Es un imbécil», me decía a 
mí misma tratando de hacer entrar en razón a mis pensamientos.
Nico comenzó a aullar y levantó su puño con el pulgar hacia arriba. Iba sentado al lado de Peter y mostraba la misma chulería que su primo.
—Benja, deberías acostumbrarte a saludar, ¿no crees? —dijo Peter.
Benja se echó para adelante y le lanzó una mirada iracunda. Peter siguió mofándose. Ya había oído dos se odiaban, pero no me imaginé que uno de sus piques me pillaría a mí en medio.
—Lo que creo es que va siendo hora de que te acostumbres, Peter.
Peter apretó el acelerador retando a Benja a una carrera. Al menos eso 
parecía. Benjamin le imitó. Le miré con los ojos abiertos de par en par. La risa de 
Nico llegaba clara. Al parecer, él sabía quién iba a ganar: confiaba en su primo y en 
aquel pedazo de coche.
—Ni se te ocurra, Benjamín —dije algo timorata. Eran coches muy potentes y 
una calle muy estrecha.
—Haznos un favor a los dos y ¡cállate! —gritó acelerando.
No me dio tiempo a enfadarme por el comentario. Me estampé contra el asiento 
antes de ver cómo Peter nos adelantaba magistralmente y salía disparado.
Benjamín tuvo que frenar y comenzó a maldecir una y otra vez mientras el 
Bugatti negro se perdía rugiendo como solo él podía hacerlo.
Sonreí en mi fuero interno. Sin saber muy bien por qué, me alegraba de que 

Peter ganara aquella extraña competición.

Capitulo 12

Lali
Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con 
mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. 
Peter había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que 
insistiría en las tres próximas.
Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.
—Me parece increíble. Peter nunca se sienta con nadie que no sea Nico 
—dijo Luca risueño.
Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la 
conversación… pero no lo logré.
—Bueno, Lali, ¿qué pensaste cuando reconociste que era el «loco» del taxi? 
—añadió Luca provocando las risas de mis amigas.
Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. 
Por encima del hombro de Martina vi cómo Peter y sus amigos se acercaban con 
decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Peter cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente sexy que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me 
contempló con el gesto torcido. Todo en él me provocaba; y fui consciente de que si me 
quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.
Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me 
miró a mí. Su primo, Nico, prácticamente se vio obligado a sentarse al lado de Martina, 
pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Un muchacho 
alto y fornido acarició el cuello de Candela haciendo que esta se estremeciera y cerrara 
los ojos. Cuando el chico tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de 
cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que 
amistad.
El muchacho rapero y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía 
alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Peter alguien así. Se 
acercó hasta mí.

—¡Lali! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.
Me dejó descolocada.
—Soy Yeyo. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon —
añadió provocando la sonrisa de Peter.
Aparté un momento la vista de Stefano para fulminar a Peter con la mirada. 
Él alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. 
Seguía burlándose de mí.
Volví a Stefano. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Albori, una 
familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… 
cuando Nico y el puñetero Peter no nos molestaban.
—Hola, Stefano —dije dándole un pequeño abrazo.
También reconocí al joven fornido. Era el mediano de los D'Alessandro y se llamaba 
Vico. Este alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.
—Yo soy Vico. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.
—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó —dije 
mirando con el rabillo del ojo a Peter.
Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.
—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que 
aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.
Vico, Yeyo y Luca me observaron curiosos. Martina lo sabía de sobra y Cande y 
Nico lo habían descubierto del mismo modo que Peter: en clase. La profesora 
Sbaraglia, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».
—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Luca acariciando mis 
manos.
Miré a Peter. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Él deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Peter se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.
Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como 
él había estado haciendo todo el día conmigo.
Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era 
el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapo. Efectivamente, 
como cuando éramos pequeños, seguía siendo el más apuesto de los Lanzani… con 

diferencia.
Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos 
de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente 
brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más 
rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una 
piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un 
instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado.
Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se 
esfumó.
—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarlo—. Quién 
lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo 
mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen 
insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.
Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me 
odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito 
taxi y estuve en el calabozo cerca de dos horas, pero él… ¿cuáles eran sus razones?
Estaba irritada.
—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener 
ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que él miraba mi 
boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un 
poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté 
de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su 
ausencia.
Sonó el timbre. Peter se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. 

Mi camisa quedó empapada.