miércoles, 18 de febrero de 2015

Capitulo 12

Lali
Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con 
mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. 
Peter había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que 
insistiría en las tres próximas.
Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.
—Me parece increíble. Peter nunca se sienta con nadie que no sea Nico 
—dijo Luca risueño.
Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la 
conversación… pero no lo logré.
—Bueno, Lali, ¿qué pensaste cuando reconociste que era el «loco» del taxi? 
—añadió Luca provocando las risas de mis amigas.
Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. 
Por encima del hombro de Martina vi cómo Peter y sus amigos se acercaban con 
decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Peter cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente sexy que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me 
contempló con el gesto torcido. Todo en él me provocaba; y fui consciente de que si me 
quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.
Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me 
miró a mí. Su primo, Nico, prácticamente se vio obligado a sentarse al lado de Martina, 
pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Un muchacho 
alto y fornido acarició el cuello de Candela haciendo que esta se estremeciera y cerrara 
los ojos. Cuando el chico tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de 
cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que 
amistad.
El muchacho rapero y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía 
alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Peter alguien así. Se 
acercó hasta mí.

—¡Lali! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.
Me dejó descolocada.
—Soy Yeyo. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon —
añadió provocando la sonrisa de Peter.
Aparté un momento la vista de Stefano para fulminar a Peter con la mirada. 
Él alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. 
Seguía burlándose de mí.
Volví a Stefano. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Albori, una 
familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… 
cuando Nico y el puñetero Peter no nos molestaban.
—Hola, Stefano —dije dándole un pequeño abrazo.
También reconocí al joven fornido. Era el mediano de los D'Alessandro y se llamaba 
Vico. Este alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.
—Yo soy Vico. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.
—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó —dije 
mirando con el rabillo del ojo a Peter.
Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.
—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que 
aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.
Vico, Yeyo y Luca me observaron curiosos. Martina lo sabía de sobra y Cande y 
Nico lo habían descubierto del mismo modo que Peter: en clase. La profesora 
Sbaraglia, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».
—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Luca acariciando mis 
manos.
Miré a Peter. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Él deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Peter se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.
Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como 
él había estado haciendo todo el día conmigo.
Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era 
el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapo. Efectivamente, 
como cuando éramos pequeños, seguía siendo el más apuesto de los Lanzani… con 

diferencia.
Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos 
de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente 
brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más 
rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una 
piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un 
instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado.
Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se 
esfumó.
—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarlo—. Quién 
lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo 
mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen 
insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.
Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me 
odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito 
taxi y estuve en el calabozo cerca de dos horas, pero él… ¿cuáles eran sus razones?
Estaba irritada.
—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener 
ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que él miraba mi 
boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un 
poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté 
de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su 
ausencia.
Sonó el timbre. Peter se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. 

Mi camisa quedó empapada.

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