martes, 3 de marzo de 2015

Capitulo 17

—¿Qué? ¡No! —Empezó a dar golpes.
La cogí de la cintura y la retiré de la puerta.
—Tranquila. No te oyen.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó, nerviosa.
—Ya te abrían contestado.
Lali resopló y se retiró el cabello de la cara.
—Mierda, tengo que estar en casa a las nueve, sin falta.
Yo también tenía que estar en su casa, a las diez. Angelo nos había invitado a
cenar para ultimar la fiesta de Adriano Amadeo y hablar de… negocios. Pero al parecer, Lali no lo sabía.
Se detuvo para mirarme. Parecía frustrada.
—¿Por qué siempre que estás cerca me meto en un lío?
—¡Eh, que yo ahora no he tenido la culpa!
Miró a su alrededor algo desesperada. Yo sabía qué ocurriría si llegaba tarde a
su casa. Conocía a Angelo tan bien como a mi padre y sabía cómo se las gastaba.
Además, siempre había tenido la sensación de que a Lali no le tenía la misma estima
que a Josefina. A su hija mayor la adoraba, pero a Lali… Era extraño, apenas solía
hablar de ella, y si lo hacía no era con mucho afecto.
—Tengo que salir de aquí como sea. —Volvió a tocarse el pelo.
Me mordí el labio contemplando su figura, pero no era el mejor momento para
detenerse a pensar en lo buenísima que estaba. Me acerqué a la mesa y comencé a
recoger sus libros. Lali me observó extrañada.
Cerré la cartera y la escondí en una estantería.
—¿Qué haces? —preguntó, apartándome e intentando coger sus cosas.
Retiré sus manos.
—Quieres salir de aquí, ¿no? Pues no podemos dejar huellas si no quieres que te
expulsen.
—Ellos saben que estoy aquí.
—Al parecer no es así. —Miré hacia la ventana. Llovía con fuerza.
—¿Qué plan tienes, genio?
—Saltar por la ventana.
Me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. Solo había unos metros, así que no
nos costaría bajar ayudándonos del alféizar que había más abajo.
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
Me acerqué a ella y la cogí del brazo. La arrastré hacia la ventana.
—Escúchame, me apoyaré en ese saliente de ahí. —Le señalé el alféizar que solo
estaba a metro y medio—. Después sales tú, te ayudaré. Vamos.
—Ni de coña. Llevo falda ¿sabes?
Me reí y me giré para observar su falda.
—Ya he visto antes unas braguitas —dije con sorna—, no voy a asustarme.
—Pero nunca has visto las mías.
«Qué más quisiera yo».
Me descolgué sin problemas mientras Lali observaba. Levanté la vista hacia
ella y le extendí la mano.
—Te prometo que no miraré.
—Mentiroso. —Tragó saliva.
—Confía en mí, La —le dije. Mi voz sonó dulce y relajada.
Ella me miró dudosa, pero terminó cogiendo mi mano para ayudarse a llegar
hasta mí. La sostuve contra mi pecho en cuanto lo logró.
—Bien, ahora saltaré y después te lanzarás a mis brazos. Yo te sujetaré —dije.

En ese momento, descubrí que las limpiadoras ya estaban saliendo del colegio,
lo que significaba que pronto se activaría la alarma. Concretamente, en cuanto el
encargado cerrara la verja principal.
—No tenemos tiempo, la alarma saltará en cualquier momento.
Así fue. La alarma empezó a aullar por culpa del portazo de la ventana. Nos
desequilibramos y Lali resbaló. Pude coger su brazo y sujetarme a la ventana.
Comenzó a chillar y a moverse.
—¡No me sueltes, Peter! —gritó.
—¡No lo haré, Lali, pero si te mueves de esa forma no podré sujetarte! —dije
nervioso porque se podía resbalar.
Nuestras manos estaban empapadas y se iban escurriendo lentamente.
Debía actuar deprisa. Y antes de que pudiera darse cuenta, alcé su cuerpo a
pulso y la lancé contra mis brazos. Ella se sujetó con fuerza a mi chaqueta, jadeante.
—Tenemos que salir de aquí —dije.

lunes, 2 de marzo de 2015

Maraton 2/6

Peter

Recorrí el aparcamiento con la voz de Yeyo tras de mí explicando algo sobre 
una chica de primero. No le gustaba demasiado, pero sí lo suficiente como para tener algo con ella más allá de… los besos. A Luca, sin embargo, no le hizo gracia que Yeyo estuviera tan entusiasmado. Un entusiasmo, por cierto, algo exagerado para ser real. A mí no me la daban, yo sabía que Yeyo también sentía algo por Luca.
Vico le dio algunos consejos sobre cómo lanzarse a por todas, y le animó a que 
quedara con ella. Yeyo era el único virgen de los cuatro. También, el único que no había 
repetido el último curso. Llegué a mi moto y lancé la cartera sobre el sillín. Estaba 
lloviznando y pronto caería una buena tormenta. Pensé que hubiera sido mejor traer el Bugatti Veyron.
Al girarme, vi que Nico se acercaba; iba discutiendo con Martina. Tras ellos, 
Candela tarareaba una canción. Vico se puso tenso en cuanto esta le miró por debajo de 
su flequillo negro. Llevaban más de un año reprimiéndose y todos esperábamos el día 
en que se lanzarían a por todas. Pero parecía no llegar nunca. Suspiré y sonreí antes de 
darme cuenta de que Lali no estaba con ellos.
Ahora era yo quien se ponía tenso, pero nadie lo percibió. Me apoyé en la moto 
y me crucé de brazos.
—Creo que os habéis olvidado a la Jaqueca —bromeé mientras Luca se colocaba 
a mi lado.
Sentí la urgencia de saber dónde estaba.
—No la llames así —Candela me dio un pequeño palmetazo en el brazo.
Era increíble lo bien que habían encajado Cande y Lali.Martina llevaba casi un 
año en el grupo y no había terminado de intimar con ella. Siempre había creído que 
Luca era el que mantenía aquella relación. Pero con Lali era todo lo contrario.
—Se ha ido con Benjamín —dijo Candela, que enseguida se dio cuenta de que 
no me había gustado el comentario.
Quería indagar más. Así que la cogí de la mano y la arrastré hacia un lado; ella 
soltó un pequeño grito. La rodeé con mis brazos y la abracé mientras escuchaba su risa en mi hombro. Adoraba a esa niña. Era como la hermana que nunca tuve y ella lo sabía desde que éramos niños. Fue la única chica de nuestro grupo hasta que descubrimos que Luca era igual que ella.
—¿Cuándo se ha ido? —le pregunté sin separarla de mis brazos.
Nadie parecía darse cuenta.
—Hace unos minutos. —Me miró con el ceño fruncido—. Esta tarde vendrá a 
estudiar a la biblioteca. Sobre las seis o las siete. Sé bueno. —Se apartó de mí unos 
centímetros, pero no me soltó—. ¿Qué te ocurre con ella?
—Te prometo que cuando lo averigüe te lo digo.
Luca se acercó a nosotros.
—¿Qué cotorreáis?
—Nada. Le decía a Peter que debería aprender de Lali. —Su mirada se 
dirigió a Luca, pero enseguida volvió hacia mí para añadir—: Tú también estás 
castigado.
—Lo sé, pero ¿cuándo me ha importado? —pregunté mientras me acercaba a la 
moto y me montaba en ella—. Me voy, nos vemos luego —me despedí de mis amigos 
mientras arrancaba.

Eran casi las ocho y aún estaba decidiendo si ir o no al colegio. En realidad, no 
tenía motivos para aparecer por allí, pero me moría de ganas de hacerlo.
Me lancé escaleras abajo.
Cogí mi moto y salí de la Fontana di Trevi sintiendo la lluvia y su nombre 
palpitar en mi pecho. ¿Por qué demonios ocupaba todos mis pensamientos?
Ni siquiera me di cuenta de que ya entraba por la calle del colegio.
Me detuve. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto. Me bajé de la moto 
decidiendo que lo mejor sería entrar en el San Angelo por la parte de atrás. Ya no 
quedaba casi nadie en el colegio, pero no quería que me viera nadie. No podía ser visto yendo en busca de una chica cuando nunca antes lo había hecho. Sin embargo, 
necesitaba… verla. Joder, estaba peor de lo que imaginaba.
Salté la verja, con un salto rápido y ágil, y recorrí la pista de fútbol. Atravesé el 
patio y entré en el gimnasio. Las luces estaban apagadas y fuera ya era de noche, así que me costó cruzar aquel enorme lugar. De fondo, escuchaba el agua de la piscina 
cubierta.
Al salir, atravesé el pasillo y subí deprisa las escaleras antes de que pudiera 
encontrarme con alguna mujer de la limpieza. No era la primera vez que me colaba y tampoco la primera que me descubrían. La última vez fue cuando me expulsaron unasemana por hurgar en los archivos del despacho del director. Por ese motivo, repetí segundo y conmigo, Nico y Vico. Hay que hacer constar que ellos tuvieron la idea.
Llegué al primer piso. No había nadie, pero sí percibí el sonido de unos folios al 
moverse. Venía de la biblioteca. Me acerqué sigiloso y asomé la cabeza por la puerta. 
La vi allí sentada. Estaba concentrada en la libreta y escribía con rapidez. Su cabello se 
extendía por la espalda y algunos mechones reposaban sobre la mesa. Se humedeció 
los labios.
Procuré no hacer ruido al entrar. Me acerqué lentamente hasta apoyarme en la 
mesa que ella tenía delante. Crucé las piernas e hice lo mismo con los brazos 
apoyándolos sobre mi pecho. Fue entonces cuando Lali se dio cuenta de mi 
presencia.
Frunció el ceño y me miró de arriba abajo. Su mirada me recorrió suave y 
lentamente. Demasiado despacio. Me gustó. Aquel era el tipo de mirada que yo 
empleaba y, hasta ese momento, no había visto a nadie hacerlo del mismo modo.
Apreté los labios y ella torció el gesto; volvió a examinarme. Le gustaba mi 
cuerpo.
—¿Disfrutas? —pregunté, aunque sabía que así era.
Volvió a humedecerse los labios. Cualquier movimiento que hiciera me 
resultaba provocador, demasiado para alguien como yo. Me fue muy difícil apartar de mi imaginación escenas más subidas de tono.
—¿Te gustaría que así fuera?
«Genial», pensé.
Si pensaba que era una descarada, estaba en lo cierto. Aquel comentario me 
recordó demasiado a mí.
—¿Qué haces aquí?
—Daba un paseo —contesté, observando su cuerpo.
Ella dio un pequeño golpe en la mesa con el bolígrafo. No le sentó bien que la 
mirara de esa forma, pero tampoco podía quejarse, ella había empezado.
—Sería de gran ayuda que te largaras.
—No me apetece ayudarte. Quiero decir, no pienso irme.
—Te he entendido —alzó un poco la voz—, pero me da igual lo que te apetezca 
o no. Lárgate.
—También es mi colegio.
Cerró los ojos y suspiró. Se estaba controlando y eso era exactamente lo que no 
quería que hiciera. Comenzaba a extrañarme que no utilizara su prepotencia.
—¿Quién viene a recogerte? —volví a preguntar.
—¿A ti qué te importa? —Por su tono de voz supe que comenzaba a ofuscarse.
Mi presencia la incomodaba tanto como a mí la suya.
—No me importa, es solo que te vas a mojar —dije.
Sí me importaba, si era Benjamin quien iba a ir a buscarla. Pero lo que más me 
molestaba era que me mortificara que Lali tuviera vida sentimental.
Miró la ventana y maldijo algo que solo ella comprendió. Seguramente 
mascullaba en alemán, pero no alcancé a apreciarlo. Suspiró y se volvió hacia mí.
—No sabía que el agua comiera. —Entrecerró los ojos y se le escapó una sonrisa insinuante. Joder. ¿Por qué tuvo que decir eso? Lali no sabía lo que la palabra 
«comer» podía llegar a significar en aquel momento. Me mordí el labio—. Además, 
puedo coger un taxi.
—¡Genial! Que te vaya bien con la física. —Comencé a caminar hacia la salida.
—Peter, te recuerdo que este trabajo es un castigo y que tú también lo 
tienes.
Me encogí de hombros y decidí irme justo en el momento en que se oyó el 
sonido de la puerta al cerrarse desde fuera. Una de las señoras de la limpieza nos había 
encerrado en la biblioteca. Tal vez llevara los auriculares puestos, o quizá fuera un 
poco corta, pero el caso es que no se había dado cuenta de que había gente dentro.
Lali levantó la mirada y me observó, expectante.
—Espero que no sea lo que creo que es —dijo, con un hilo de preocupación en 
su voz mientras se levantaba de la mesa y caminaba hacia mí.
—Me temo que sí.

Maratón 1/5

Lali
Peter salió de la cafetería sin quitarme los ojos de encima. Solo de pensar que pasaría con él media hora, se me hacía un nudo en la garganta.
El profesor Petrucci me miró y me hizo señas de que fuera a la biblioteca. 
Suspiré.
—Bueno, chicos, tengo que irme —dije antes de darle el último sorbo al café.
—Qué fastidio —se quejó Luca.
«Dímelo a mí», pensé.
—Lo sé. La culpa la tiene ese insensible al que adoráis —les dije refiriéndome a 
Peter.
Era cierto, mis amigos lo adoraban. Por supuesto, Luca estaba loco por él, pero 
también tenían muy buena relación. Me extrañaba que un chico como Peter 
protegiera y tratara de una forma tan sensible a Luca. Cuando los veía juntos suponía que (muy en el fondo) Peter debía de tener algo de corazón, aunque conmigo no 

lo utilizara.
Candela comenzó a reírse al escuchar el tono de voz que había empleado. Era la 
cuarta vez, en solo cinco minutos, que mencionaba a Peter. Aquello comenzaba a 
ser preocupante.
—Espera, te daré algo que te ayudará —me dijo Candela, sin dejar de 
chuperretear el caramelo que tenía en la boca.
Abrió su cartera y rebuscó entre los libros. Cogió una libreta naranja donde había una foto de todos ellos pegada en la portada. Estaban todos abrazados y tirados 
sobre la hierba de algún parque. Martina besaba a Nico en la mejilla; Luca estaba 
sentado sobre el regazo de Peter y apoyaba una mano en el hombro de Yeyo, que 
sonreía a la cámara con las piernas cruzadas; y Candela tenía las manos de Vico 
rodeando su cintura. Parecían felices.
Me quedé pasmada mirando aquella foto.
—Fue en el cumpleaños de Peter, el año pasado —dijo Martina. Ahora faltas tú, así que tendré que llevarme la cámara un día de estos y obligarte a ponerte cerca de él.
Me pareció que estaba fingiendo.
—Y lo más difícil de todo, tendrás que sonreír —añadió Luca.
—No creo que lo consigáis —dije sonriente.
—Bueno, el cumpleaños de Peter es el 24 de Agosto. Aún quedan unos meses 
para que cambies de opinión sobre él —sentenció Candela, soltando el día de su 
cumpleaños como si nada—. Bien, aquí están todos los apuntes de física que necesitas.
—Muchas gracias, Cande. —Le di un beso antes de guardar la libreta en la 
cartera.
Me despedí de todos y me dirigí hacia la biblioteca.
Al entrar allí solo me encontré con la bibliotecaria, que ni siquiera me saludó. 
Me indicó que tomara asiento con la mirada.
Solté los libros y el café sobre la mesa y me acerqué hasta ella. No había señal de 
Peter, pero sabía que no tardaría en llegar.
—¿Dónde están los libros de física? —susurré, aunque no había nadie a quien 
pudiera molestar.
—Final del pasillo, a la derecha —contestó de una forma bastante estúpida.
—Muy amable —dije con ironía antes de que ella me enseñara los dientes.
Llegué al final del pasillo, y me adentré entre las estanterías. Comencé a mirar 
sin saber muy bien qué buscaba. En realidad, solo quería estar sola un rato, poder 
despejarme. Habían sido unos días muy duros para mí, todavía tenía que adaptarme y reponerme del viaje. Era una vida muy diferente a la que llevaba en el internado; si no hubiese sido por mis amigos y por Gastón, habría deseado volver a Viena. Aunque Peter… No se me iba de la cabeza. Ya podía luchar por evitarlo, que era imposible 
sacarlo de mi mente.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera oí el sonido de la puerta. Segundos después, sentí un escalofrío en mi espalda. No quise volverme. Me 
quedé allí esperando a ver qué ocurría. Desando que fuera… él.
Sentí una mano rozar suavemente mi cintura. Mi respiración se paralizó y 
cuando volvió lo hizo de forma entrecortada y agitada. Peter retiró mi cabello 
acariciando mi cuello y se acercó aún más.
—Eres tú la culpable de que me comporte de este modo —dijo, dejando que el 
susurro de su voz vagara por mi cuello.
Decidí girarme y me topé con su pecho. Sus ojos me observaban fijamente, con 
gran intensidad. Permanecía serio, más de lo que había visto en anteriores ocasiones. 
Más de lo que me esperaba.
—¿Por qué? —pregunté en el mismo tono de voz.
Se acercó hasta mi mejilla, vacilante. Era extraño verle así, tan seguro de sí 
mismo como siempre estaba.
Terminó acariciando mi piel con sus labios. Solo durante unos segundos. 
Peter sentía lo mismo que yo.
—Ni yo mismo lo sé —dijo.
Se marchó dejándome con el deseo ardiendo en mi pecho.

Capítulo 15

Lali
Iba caminando aprisa y enfurecida por el pasillo, hacia el despacho del 
director. Sabía que Peter me seguía, pero si se me ponía a tiro, acabaría 
matándole.
¿Por qué hacía esas cosas? Candela me había dicho que era extraño que se 
comportara así con las chicas. ¿Qué tenía yo de especial? Si no me soportaba no tenía 
más que esquivarme como yo intentaba hacer con él. Además, es lo que había estado 
haciendo los días anteriores. Sí, nos sentábamos juntos en el recreo (mis amigos eran del mismo grupo que los suyos), pero solo nos mirábamos. Había vuelto a sentarse con Nico (aunque lo tenía justo detrás de mí), pero apenas hablábamos. Nada. Cero. 
Habían sido unos días tranquilos.
Me alcanzó y se colocó a mi lado. Tenía las manos en los bolsillos y me observaba de reojo; por suerte, sin sonreír. Ya lo había hecho demasiado en lo que llevaba de día.
Intenté controlarme apretando los puños, pero ni por esas. Salté sobre él antes 
de que termináramos de bajar las escaleras. Lo empujé, pero aguantó la embestida. Se 
volvió serio hacia a mí. Me observó durante unos segundos y me tomó de las muñecas 
empujándome contra la pared. Su nariz rozó la mía. Lo más extraño de todo era su 
respiración. Surgía entrecortada de sus labios e impactaba en los míos. Fue una 
sensación cercana al beso.
Noté cómo mi cuerpo perdía las fuerzas cuando dejó sus manos caer por mis 
brazos. Sus dedos rozaron mi cintura. Podía retirarme, escapar, pero me quedé allí. 

Sentí una electricidad envolvente. Quise que me acariciara, que me besara.
Sin embargo, reaccioné rápido y lo aparté de un empujón. Retomé el camino al 
despacho del director notando su mirada penetrante tras de mí.
El director solo nos dio dos alternativas.
La primera: expulsión.
La segunda: una semana sin recreo haciendo un trabajo de cincuenta folios para 
la clase de física.
Resultado final: la segunda opción. Estaría castigada hasta el siguiente jueves.
A Peter no parecía importarle optar por la primera alternativa —
seguramente por lo acostumbrado que estaba a que le expulsaran—, pero terminó 

aceptando el trabajo de física.
Peter
—¿Piensas contarme de una puta vez qué te ronda por la cabeza? —preguntó 
Nico al coger el café que le tendía la camarera.
Estábamos en la cafetería del colegio y Lali no dejaba de mirarme como si 
estuviera esperando explicaciones por el castigo. No pensaba dárselas.
Durante las clases había hecho lo mismo. Motivo suficiente para que no quisiera 
verla, pero, también, para que deseara ir allí, plantarme frente a su bonita cara y decirle 
que dejara de mirarme como si quisiera matarme porque no iba a conseguir nada. 
Estaba harto de que creyera que podía enfrentarse a mí. ¿Por qué coño me miraba de aquella forma? ¿No se daba cuenta de que me incomodaba? Seguramente, sí. Por eso lo 
hacía.
—No me pasa nada. Tengo que irme a la biblioteca para hacer el jodido trabajo 
de física —expliqué, intentando esquivar más preguntas.
La biblioteca. El trabajo. Los dos solos. Eso era más de lo que podía soportar.
—Te importa una mierda ese trabajo. —Nico se interpuso en mi camino anteponiendo su café. Lali seguía cada uno de mis movimientos. La miré frunciendo 
los labios y supe que fue un error en cuanto Nico siguió la dirección de mi mirada—. 
¿Qué ocurre con ella? ¿Qué te está pasando, Peter?
Si alguien sabía soltar la verdad en la cara (aunque jodiera) ese era Nico.
—No lo sé.
Fui sincero. No sabía qué me estaba ocurriendo. Aquella niña me estaba 

volviendo loco. No hacía falta que hablara, ni siquiera que me mirara, para que me
sintiera atraído como si fuera un imán. Me absorbía y me dominaba, y no me gustaba 
nada sentir esa sensación.
—Te pone… y mucho —añadió con sorna.
—Lo que tú digas —dije haciendo una mueca.
En el fondo sabía que llevaba razón. Había estado con un montón de chicas. 
Morenas, rubias, altas, bajas, delgadas, no tan delgadas… todo tipo de mujeres habían 
pasado por mi cama, pero ninguna me había descontrolado tanto como lo hacía Lali
(y menos sin tocarme). Ninguna era como ella. Su forma de caminar, la manera que 
tenía de pasarse la lengua por los labios antes de hablar, cómo se retiraba el cabello, la 
mirada de aquellos ojos plateados, el estilo como llevaba el uniforme… Le habría hecho 
el amor un millón de veces, de un millón de formas, en cualquier lugar. Pero, aun así, 
sabía que no tendría suficiente, que necesitaría más de ella. Mucho más. Odiaba 
necesitarla de aquella manera tan urgente.
¿Qué me estaba sucediendo?
«Maldita niña. Podría haberse quedado en el internado de Viena», me dije.
—Tengo que irme. Di un sorbo a mi café; aunque mejor me hubiera sentado un 

trago de vodka o de ron.
Lo siento por estos dias, tengo muchos examenes .A la noche subire una gran maraton si ustedes quieren .Las quiero muak.

lunes, 23 de febrero de 2015

Capítulo 14

Peter
Había decidido pasar de Lali, y de hecho lo logré durante un par de días.
Pero cuando el jueves aparecí en el pasillo del instituto y la vi apoyada contra la pared
hablando con Giulio, me entraron ganas de…
Me acerqué hasta ellos caminando lentamente mientras me fijaba en sus
piernas. Esa vez, las medias le ocultaban las rodillas y hacían más espectacular el inicio
de sus muslos. Lástima que aquella puñetera falda tapara lo más interesante.
Suspiré. Aquella niñata se había propuesto amargarme la vida llevando el
uniforme de aquel modo. Se atusó la coleta alta que llevaba y me miró fijamente.
Me apoyé justo a su lado, hombro con hombro.
—Dice mucho de ti que la primera semana de clase ya estés coqueteando —
sonreí, desviando la mirada hacia su pecho.
Me humedecí los labios, expectante por la contestación. Si algo sabía hacer
Lali —aparte de ponerme muy, pero que muy cachondo— era ser ingeniosa a la
hora de hablar.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó entre dientes girándose hasta que su
frente topó casi con la mía.
Dios, estábamos muy cerca. Sonreí. Dijera lo que dijera, ya había logrado captar
su atención y apartar a Giulio de ella.
—Que te pueden confundir con una chica… fácil. Pero, vaya, si lo eres, no
tienes por qué preocuparte.
—¡Serás capullo! —exclamó antes de lanzarse sobre mí para agarrarme del
cuello.
La esquivé cogiendo sus brazos y girándola. Su espalda topó con fuerza contra
mi pecho y los dos nos estampamos contra la pared.
—¡Suéltame! —gritó mientras los otros alumnos se iban agolpando a nuestro
alrededor.
—Eres un poco histérica —le susurré al oído. La solté en cuanto vi al señor
Petrucci, el profesor de matemáticas.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
—Este niñato me ha insultado delante de todo el mundo. ¡Me ha llamado chica
fácil! —dijo sin poder contener su desconcierto.
No era momento de explicarle por qué lo había hecho. Quizá algún día tuviera
ocasión de hacerlo, pero Giulio ya no se volvería a acercar a ella.
—Los dos al despacho, ahora.
—¡Pero yo no he hecho nada! —protestó.
—¡He dicho ahora, señorita Espósito! —repitió el profesor Petrucci—. Y en
silencio. Los demás, a clase.
Lo siento por estos dias pero estoy muy liada.El jueves hay maratón

miércoles, 18 de febrero de 2015

Capitulo 13

Lali
—¡¿En qué estás pensando?! ¡Tenías espacio suficiente para esquivarme, 
imbécil! —le grité.
Con furia, tiré al suelo el vaso de cartón. El poco líquido que quedaba terminó 
en nuestros zapatos. Él echó a caminar como si nada. Ni siquiera hizo el intento de 
disculparse.
Avancé dando zancadas y le cogí del hombro obligándole a darse la vuelta. Se 
giró con pose arrogante, solo que esta vez frunció el ceño y los labios. Estaba molesto. 
Con un gesto déspota, se retiró dejando mi mano en el aire. Por primera vez en mi vida 
me vencía la sensación de inferioridad. Media cafetería observaba expectante.
—¿Es que ni siquiera piensas pedir perdón? —pregunté, inventándome una 
seguridad que no existía. Él suspiró y comenzó a negar con la cabeza, lentamente.
—Dudo que lo merezcas —contestó con una voz grave.
Pestañeé varias veces mientras digería lo que acababa de escuchar. Aquel tío 

dejaba de ser un imbécil para convertirse en el capullo más grande que había conocido.
—No solo te falta inteligencia sino también vergüenza —espeté, sabiendo que 
eso terminaría de crisparle los nervios.
Apretó la mandíbula y acortó la poca distancia que nos mantenía separados con 
un decidido paso.
—Si no te hubieras interpuesto en mi camino, ahora no estarías aquí esperando 
una disculpa —susurró pegado a mi mejilla y totalmente irritado—. Créeme, no voy a 
dártela. —Su nariz rozó mi mandíbula.
—¿Crees que me acobardas con esa fachada de tipo duro, chulo y descarado? 
Pues te equivocas —le dije con voz contenida.
—Lo único que sé es que eres una jodida jaqueca.
¿Acababa de llamarme jaqueca? Será capullo. Me cago en…
—¿Cómo dices? —Casi me sale un tartamudeo.
—Te lo diré de otra forma. Estás comenzando a provocarme dolor de cabeza 
me habló como si fuera una niña de tres años.
—No lo tendrías si no hubieras metido tus narices en esta mesa —casi grité.
Candela me cogió del brazo y me arrastró condescendiente.
—Para ya, Peter —le dijo.
Este suspiró, le sonrió y le guiñó un ojo. No comprendía cómo demonios Candela lograba llevarse así de bien con él.
Volví a clase.
Cuando escuché el último timbre del día, recogí mis cosas aprisa y salí del 
aula. No quería hablar más con Peter, así que mejor evitar la ocasión. Candela me 
siguió arrastrando su cartera a medio cerrar.
—¡Espera! —exclamó alcanzándome—. Chica, ¡qué prisas!
—No quiero tener que volver a cruzarme con Peter.
—Vamos, tranquila, Peter no es tan capullo como crees.
Puse los ojos en blanco.
—Será contigo. Cada vez que me ve intenta fastidiarme y eso me incomoda, 
¿sabes? Es muy difícil estar cerca de él. Ya ni te cuento si se sienta a tu lado.
Candela se quedó pensativa mientras bajábamos las escaleras. No vi a Martina ni a Luca; seguramente ya estarían abajo.
—Lo extraño de todo esto es que nunca se había comportado así con una chica 
—comentó Candela, como si siguiera una conversación con ella misma—. Él no se anda con rodeos. Si le gusta alguien, se lo dice y después… bueno después…
—Después se la lleva a la cama, ¿no es así? —terminé por ella—. Supongo que 
ni siquiera hay primera cita.
—Con Peter las cosas no funcionan así. Él es diferente. No se compromete. 
Nunca ha tenido novia y tampoco quiere tenerla. Eso lo saben todas las chicas del 
instituto.
La miré incrédula. En realidad, no terminaba de comprenderla.
—Vale, y ¿qué me quieres decir con eso?
—Pues que es raro que Peter te esté molestando. Él pasa de esas cosas. —
Candela frunció el ceño.
¿Qué pretendía decirme? ¿Qué excepción estaba haciendo Peter conmigo?
—¿Crees que trama algo? —pregunté.
—Es capaz de cualquier cosa, así que no me extrañaría. —Entrecerró los ojos—. 
Está claro que tú eres diferente, Lali.
—¿Diferente? —Arqueé una ceja antes de que se acercara a mí con una sonrisa 
pícara.
—Sí… —Me miró pensativa y tomó aire antes de hablar—. Mira, Lali, conozco a Peter mejor que a mi hermano. Sé de sus rollos, de sus peleas, de sus problemas… Lo sé todo de él y de sus amigos porque también son los míos desde hace mucho tiempo. Son mis mejores amigos, él es mi mejor amigo, pero no tengo ni la menor idea de por qué se está comportando así contigo.
Desvié la mirada, indecisa. No conocía a Candela, pero me daba la sensación de 
que se estaba enfadando conmigo y eso era lo último que quería. Yo solo necesitaba 
saber por qué Peter actuaba de este modo.
—Lo siento, Cande. No quería importunarte.
—Pero ¿qué dices? No estoy enfadada. Dios, perdóname si te he dado esa sensación, no era mi intención. —Me agarró del brazo antes de darme un beso—. Solo 
intentaba decirte que no se me ocurre ningún motivo para que Peter se comporte 
así.
—Me dejas más tranquila.
—A menos que…
—¿Qué?
La sonrisita juguetona de Candela me desquició. Me daba a entender muchas 

cosas, pero ninguna de ellas me concretaba nada.
—Te diré una cosa y espero que no te moleste. —Humedeció sus labios—. Eres 
exactamente igual que él, pero en versión femenina y algo menos chula.
«¿Iguales? Joder, lo que me faltaba, parecerme a ese capullo», pensé.
—¡Venga ya! —le dije.
Candela soltó una carcajada. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos 
llegado a la entrada del colegio. Bajé las escaleras y salí al patio exterior donde me 
despedí de mis amigas. Martina continuaba seria, pero prefería esperar a llamarla para 
hablar con tranquilidad. Le guiñé un ojo antes de ver a Benjamin apoyado en su 
impecable Aston Martin verde oscuro. Iba vestido con unos vaqueros y un polo blanco 
que marcaba cada músculo de su cuerpo.
Pestañeé sorprendida cuando mi prima pasó por mi lado.
—¡Que tierno! Benja ha venido a recogerte —dijo poniendo aquella estúpida voz de niñata—. Es una pena que no sepas complacerle.
La miré y forcé una sonrisa.
—¡Qué lástima! Me prefiere a mí en vez de a ti. Así que algo tendré que le complazca, ¿no crees?
Me marché caminando con paso firme. Euge vivía enamorada de Benjamín desde hacía unos años, pero, por lo que sabía, no había logrado nada con él. Así que mi comentario le tenía que haber hecho daño. «Te aguantas», pensé.
Mientras me acercaba a Benjamín vi a Peter al final del jardín. Hablaba 
con Nicoo y Yeyo (Vico se había ido con Candela en la moto). De repente, miró hacia mí sin dejar de hablar. Estaba lejos, pero no tanto como para no ver su mirada intensa y 
acusadora. Suspiró y se quitó la chaqueta del uniforme con cierta furia. Para él, un 
ademán típico, para mí, un gesto de lo más excitante. La cintura del pantalón se le 
ceñía a la cadera y marcaba sus piernas.
¿Por qué demonios estaba tan bueno?
Llegué al Aston Martin, donde Benjamin me esperaba con una encantadora 
sonrisa.
—¡Hola! ¿Como tú por aquí? —dije mientras él me cogía de la cintura y me 
daba un abrazo más típico entre las parejas de enamorados que entre amigos.
Además, nosotros solo éramos conocidos. Apenas habíamos tenido trato y 
Benja ya se tomaba ciertas confianzas.
Pude ver de soslayo cómo Peter se mordía el labio. Ahora le tenía más cerca y algo me dijo que no le sentaba demasiado bien que estuviera en brazos de Benja, así que decidí alargar el momento.
Solté la cartera en el suelo y estiré lentamente mis brazos hasta rodear el cuello de Benjamín. Cerré los ojos cuando me besó en el cuello. Le sonreí cuando los abrí.
—Quería darte una sorpresa. ¿Te apetece que comamos juntos? —me propuso, 
resistiéndose a soltarme.
Peter había desaparecido de mi campo de visión.
Ya era demasiado tarde para volver atrás, así que no me quedó más remedio 
que aceptar la invitación. No quería intimar con Benja, pero después de haberle 
utilizado me sentí en el compromiso de acceder.
Me monté en el coche y bajé la ventanilla. Benja arrancó el motor. La 
música de su reproductor saltó donde la había dejado antes de detener el vehículo. 
Sonaba una de las canciones del nuevo disco de Shakira: Rabiosa.
Alcé las cejas, incrédula.
—¿Te gusta Shakira? —pregunté.
—No más que tú.
Perfecto. Tuve que girar la cara para que no percibiera lo poco que me había 
gustado el comentario.
Antes de dejar la calle, escuché el rugido de un motor inconfundible: Bugatti 
Veyron. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que al volante de esa maravilla se 
hallaba Peter.
Así fue. Se colocó justo a mi lado haciendo gala una vez más de aquella mirada, 
tan bonita como inescrutable. Tenía una mano sobre el volante y la otra en la 
ventanilla. Un cigarrillo colgaba de sus labios.
—¡Rabiosa! —exclamó mientras echaba la cabeza hacia atrás y empezaba a 
mover los hombros de un lado al otro. Ni siquiera el cachondeo restaba sensualidad a 
sus movimientos, perfectamente acompasados con la melodía—. Dime, Lali, ¿me morderías la boca?
Un extraño resquemor a medio camino entre el odio y la excitación me recorrió 
el cuerpo. Le miré encolerizada.
—Tendrás que descubrirlo tú mismo.
¡Dios! Si le odiaba, ¿por qué no podía evitar imaginar esa situación? Sí que le 
mordería la boca, sí…, entre otras muchas cosas.
«Estás loca. Esto no puede ser. Mándalo a la mierda. Es un imbécil», me decía a 
mí misma tratando de hacer entrar en razón a mis pensamientos.
Nico comenzó a aullar y levantó su puño con el pulgar hacia arriba. Iba sentado al lado de Peter y mostraba la misma chulería que su primo.
—Benja, deberías acostumbrarte a saludar, ¿no crees? —dijo Peter.
Benja se echó para adelante y le lanzó una mirada iracunda. Peter siguió mofándose. Ya había oído dos se odiaban, pero no me imaginé que uno de sus piques me pillaría a mí en medio.
—Lo que creo es que va siendo hora de que te acostumbres, Peter.
Peter apretó el acelerador retando a Benja a una carrera. Al menos eso 
parecía. Benjamin le imitó. Le miré con los ojos abiertos de par en par. La risa de 
Nico llegaba clara. Al parecer, él sabía quién iba a ganar: confiaba en su primo y en 
aquel pedazo de coche.
—Ni se te ocurra, Benjamín —dije algo timorata. Eran coches muy potentes y 
una calle muy estrecha.
—Haznos un favor a los dos y ¡cállate! —gritó acelerando.
No me dio tiempo a enfadarme por el comentario. Me estampé contra el asiento 
antes de ver cómo Peter nos adelantaba magistralmente y salía disparado.
Benjamín tuvo que frenar y comenzó a maldecir una y otra vez mientras el 
Bugatti negro se perdía rugiendo como solo él podía hacerlo.
Sonreí en mi fuero interno. Sin saber muy bien por qué, me alegraba de que 

Peter ganara aquella extraña competición.

Capitulo 12

Lali
Tomé asiento en la cafetería con un café entre las manos. Me había reunido con 
mis amigos y esperaba que los treinta minutos de recreo me sirvieran para calmarme. 
Peter había estado jodiéndome las tres primeras horas y mucho me temía que 
insistiría en las tres próximas.
Saqué mis apuntes de química y comencé a realizar unas fórmulas.
—Me parece increíble. Peter nunca se sienta con nadie que no sea Nico 
—dijo Luca risueño.
Al parecer, sus otros amigotes iban a otra clase. Intenté no distraerme con la 
conversación… pero no lo logré.
—Bueno, Lali, ¿qué pensaste cuando reconociste que era el «loco» del taxi? 
—añadió Luca provocando las risas de mis amigas.
Resoplé poniendo los ojos en blanco, pero de inmediato me quedé petrificada. 
Por encima del hombro de Martina vi cómo Peter y sus amigos se acercaban con 
decisión. Pensé que pasarían de largo, pero Peter cogió una silla de una mesa cercana y la colocó justo a mi lado. Tomó asiento de la manera más condenadamente sexy que había visto en mi vida. Apoyó sus codos sobre las rodillas entreabiertas y me 
contempló con el gesto torcido. Todo en él me provocaba; y fui consciente de que si me 
quedaba mirándole demasiado tiempo, corría el riesgo de perder la cabeza.
Saludó a los demás dedicándoles su mejor sonrisa, que terminó cuando me 
miró a mí. Su primo, Nico, prácticamente se vio obligado a sentarse al lado de Martina, 
pero ella fingió no prestarle atención; se estaba haciendo la ofendida. Un muchacho 
alto y fornido acarició el cuello de Candela haciendo que esta se estremeciera y cerrara 
los ojos. Cuando el chico tomó asiento, se observaron: se estaban diciendo millones de 
cosas sin que nadie pudiera escucharles. Se percibía que allí había algo más que 
amistad.
El muchacho rapero y delgado fue el que mejor me cayó a simple vista. Parecía 
alegre y no pude evitar pensar cómo podía ser amigo de Peter alguien así. Se 
acercó hasta mí.

—¡Lali! —exclamó, dándome un fuerte beso en la mejilla.
Me dejó descolocada.
—Soy Yeyo. ¿No te acuerdas? Una vez te hice un dibujo de Sailor Moon —
añadió provocando la sonrisa de Peter.
Aparté un momento la vista de Stefano para fulminar a Peter con la mirada. 
Él alzó las manos negando con la cabeza; como si me tuviera miedo y se protegiera. 
Seguía burlándose de mí.
Volví a Stefano. Me acordé de aquel muchacho. Era el menor de los Albori, una 
familia que también veraneaba con nosotros. Él y yo siempre estábamos dibujando… 
cuando Nico y el puñetero Peter no nos molestaban.
—Hola, Stefano —dije dándole un pequeño abrazo.
También reconocí al joven fornido. Era el mediano de los D'Alessandro y se llamaba 
Vico. Este alargó su mano y me cogió suavemente de la mejilla.
—Yo soy Vico. —Me besó—. Me alegro de que estés de vuelta.
—Gracias. Es agradable recibir algo de cortesía después del día que llevó —dije 
mirando con el rabillo del ojo a Peter.
Suspiró y su rodilla topó con la mía. Intenté que no se notara mi sobresalto.
—Tampoco seas tan dramática —dijo apoyándose en la mesa—. ¿Sabéis que 
aquí, nuestra nueva compañera, tiene matrículas de honor y todo sobresaliente? ¡No sabe lo que es un notable! —Puso cara de fingido asombro.
Vico, Yeyo y Luca me observaron curiosos. Martina lo sabía de sobra y Cande y 
Nico lo habían descubierto del mismo modo que Peter: en clase. La profesora 
Sbaraglia, aprovechando mi obligada presentación, había ido mencionando lo buena estudiante que era, acompañándose de vez en cuando de algún «a ver si aprendéis».
—¿En serio? Vaya, nena, podrías haberlo dicho —dijo Luca acariciando mis 
manos.
Miré a Peter. Por un instante, no vi ni oí nada más. Como si solo estuviéramos él y yo en aquella cafetería. Él deslizó su mirada de mis ojos a mis labios y entrecerró los ojos mientras apretaba la mandíbula. No podía hacerme una idea de qué se le pasaba por la cabeza. Yo solía descifrar a las personas enseguida, pero Peter se me escapaba. Me contemplaba de una forma tan intensa que hasta me costaba respirar.
Me repuse e intenté hacer lo mismo. Observé su cuerpo con parsimonia, como 
él había estado haciendo todo el día conmigo.
Su físico incitaba a todo menos a pensar con cordura, y su rostro… su rostro era 
el que cualquier mujer vería en sus sueños. Era asombrosamente guapo. Efectivamente, 
como cuando éramos pequeños, seguía siendo el más apuesto de los Lanzani… con 

diferencia.
Su cabello era azabache y algunos mechones le caían sobre sus ojos, lo que lejos 
de ocultarlos, todavía los hacía más penetrantes. Su mirada azul zafiro, inmensamente 
brillante, te embrujaba de tal forma que olvidabas todo lo demás. Lo que daba más 
rabia era que sabía utilizarla. Como sabía utilizar sus labios, que reposaban sobre una 
piel pálida, sin ninguna imperfección. Me quedé fascinada por su belleza y por un 
instante (solo un instante) se disipó el odio que me había despertado.
Humedeció sus labios con pausa y volvió a hablar. Aquel momento mágico se 
esfumó.
—Es toda una empollona. —Tocaba mis apuntes. No dejé de mirarlo—. Quién 
lo diría. —Se acercó a mí con la intención de intimidarme. Lo consiguió, pero no lo 
mostré—. En realidad, pareces una de esas modelos frías y vanidosas que se creen 
insuperables físicamente, pero que tienen el cerebro de un pez.
Quería ofenderme y dejarme en ridículo. Yo no entendía por qué. ¿Por qué me 
odiaba de aquella forma? Yo tenía motivos: el sábado casi me mata en aquel maldito 
taxi y estuve en el calabozo cerca de dos horas, pero él… ¿cuáles eran sus razones?
Estaba irritada.
—La belleza no está reñida con la inteligencia. Y yo tengo la suerte de tener 
ambas —le dije casi pegada a su cara. Me mordí el labio sabiendo que él miraba mi 
boca. Por fin le noté algún sentimiento: impotencia y deseo. Sonreí apartándome un 
poco—. Pero hablemos de ti. En tu caso la belleza te ha sido concedida… —Me levanté 
de la mesa con mis apuntes y el café, y añadí—: pero la inteligencia brilla por su 
ausencia.
Sonó el timbre. Peter se levantó con brusquedad y me tiró el café encima. 

Mi camisa quedó empapada.

Capitulo 11


Peter
—¿Me llamabas? —Tomé asiento a su lado con la vista fija en un botón de su 
camisa que andaba suelto. Pude ver el inicio de su pecho.
Laura apareció detrás del cristal que daba al pasillo y me hizo un corte de mangas antes de entrar en su clase.
Ciao, bella, pensé acercándome más a Lali.
—Vete de aquí —masculló con aquellos labios carnosos.
—Es mi clase.
—Vete del pupitre.
—Es mi sitio.
Lali miró a Candela con ojos interrogantes. Nico apareció en ese momento.
—Es cierto, es su sitio —dijo Candela, encogiéndose de hombros.
—Nico, ¿te importa sentarte con Cande? —Ni siquiera le miré, solo tenía ojos para intimidar a Lali.
Estaba comenzando a divertirme.
—¡No! Me sentaré yo con ella. —Se acercó demasiado.
Quiso levantarse, pero se lo impedí coincidiendo con la llegada de la señora 
Sbaraglia, la profesora de biología. Miré a Lali directamente y le guiñe un ojo; 
esperaba que resoplara o que hiciera cualquier gesto de desesperación, pero no hizo nada. Solo me observó fijamente mientras apretaba la mandíbula. Me estaba retando, así que le concedí el placer aceptando el reto con una sonrisa.
—Soy Peter Lanzani. —Me acerqué a ella—. Me alegro de verte.
—Lali Espósito —dijo mirándome a los ojos—. Yo no puedo decir lo mismo.
—Señora Sbaraglia, me alegra informarle —dije con sorna recostándome en el 
asiento— que tenemos una nueva alumna.
Lali frunció los labios antes de enviarle una sonrisa a la profesora.
—¡Oh, sí! —Sonrió Sbaraglia mirando su ficha—. Es cierto.
—Propongo que se presente, ¿qué le parece? —Miré a mi nueva compañera de 
asiento de forma chulesca y comprendí por su gesto que ya me odiaba. ¡Perfecto! Un 
nuevo récord.
—¡Por supuesto! —ratificó la profesora.
Si hay 5 comentarios hago una buena maratón jujuju

martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 10




Lali
El lunes a primera hora me reuní con Martina, Cande y Luca en la entrada del 
San Angelo. En ese colegio iba a cursar el último curso de enseñanza media antes de ir 
a la universidad. Me sorprendió que el edificio fuera tan grande. Incluso tenía 
aparcamiento.
Como bien planeó Gas, mi padre no se había enterado de nada de lo que ocurrió el sábado, así que pude pasar el resto del fin de semana con Martina y sus amigos dando largos paseos por la ciudad y gastando dinero con la tarjeta. Por supuesto, 
fuimos caminando a todas partes. No podía arriesgarme a tener otro tropiezo. Estaba 
segura de que pasaría un tiempo hasta que volviera a coger un taxi.
Cuando se lo expliqué a mis amigos, se partieron de risa. No entendí por qué 
les hizo tanta gracia, la verdad.
Entré en la secretaría. Por su decoración, parecía que estabas en la consulta de 

un médico de pago: sillones oscuros flanqueando una mesa de cristal con un bonito jarrón con flores rojas. No me extrañaría que esos colores estuvieran pensados para que 
combinaran con nuestros uniformes. La pared estaba llena de cuadros de alumnos ya graduados y artículos de periódico.
El San Angelo era la mejor institución educativa de Roma y sus becas eran muy 
sonadas. Había una lista de espera de casi dos años para poder entrar. Algunos, como 
mi padre, se la saltaban utilizando las influencias.
Contemplé mi imagen ataviada con el uniforme en un espejo que colgaba en la 
pared del fondo. La falda de pliegues roja con los típicos cuadrados en amarillo y negro dejaba al descubierto mis rodillas, algo que en mi antiguo uniforme era impensable. De hecho, aquel conjunto era totalmente diferente al del internado. Era atrevido, incluso sexy, y muy rojo. La camisa blanca se ceñía a la cintura, lo que ayudaba a marcar la figura. El polo rojo era algo más holgado y clásico, con el nombre y el escudo del instituto bordado en hilo dorado, como una imagen típica de la realeza. 
Aquel jersey era optativo llevarlo, pero a mi madre no le parecía bien que prescindiera 
de él (me lo quité en cuanto salí de casa). Lo más discreto, por así decirlo, era la corbata 
y las medias que ocultaban parte de mis rodillas y casi se unían a la falda. Y después 
estaban los zapatos, que llevaban algo de tacón siguiendo las normas imperantes. Por 
supuesto, yo me puse unos más altos.
Me acerqué al mostrador, donde una secretaria mordisqueaba un bolígrafo 
entre sorbo y sorbo de su café.
—Buenos días, soy Lali Espósito di Castro.
La secretaria se levantó sonriente y se puso a rebuscar mi matrícula en los 
archivos ordenados alfabéticamente que había tras ella. Extrajo mi carpeta, la abrió y cogió un folio que no tardó en sellar y firmar.
—Bien, estás en Ciencias, ¿verdad? —dijo, mientras se quitaba el bolígrafo de su 
boca.
—Así es.
—Tu clase es cuarto D. Aquí tienes el horario. ¿Quieres que te acompañe?
—No, no se preocupe. Tengo amigas que van a la misma clase. —Desvié la 
mirada hacia la puerta. Me saludaron de forma escandalosa desde fuera.
—Genial. Una chica sociable, me alegro —añadió, entregándome el horario—. 
Bueno, pues que tengas un buen día de clase, Lali.
—Muchas gracias.
—Si necesitas algo, aquí estaré. Por cierto, me llamo Antonieta.
—Estupendo, Antonieta. Buenos días. —Salí de la secretaría mirándome el 
horario.
Compartiría clase con Cande.
—Bueno, ¿cuál es tu clase? —preguntó Luca, expectante, en cuanto abrí la puerta de cristal.
—Cuarto D.
Martina resopló algo decepcionada.
—En fin, nos veremos a la hora del recreo. Mi clase está en el otro extremo del pasillo. La comparto con tu querida prima.
—¡Y conmigo! Que no se te olvide —añadió Luca.
—¿Quién es tu prima? —preguntó, curiosa, Candela.
—Eugenia Espósito.
—¡Joder!
En ese momento, Martina miró por encima de mi hombro. Su cara reflejaba entre fascinación y aturdimiento. Jamás la había visto así.
Un muchacho moreno con ojos azul oscuro se acercó y la saludó fríamente. 
Curiosamente, me recordó al loco del taxi. Debía de estar obsesionada.
—Hola Nico. No me has llamado en todo el fin de semana —dijo Martina dándole un suave beso en los labios.
Sin duda, aquel debía de ser el chico del que tanto me había hablado. No terminaban de ser novios, pero ella tenía interés. Más del que él sugería; parecía aburrido.
El tal Nico me miró y sonrió, pasando de responder a Martina.
—Hola, Lali —dijo arrastrando mi nombre. Sonó sexy.
—¿Y tú eres? —pregunté incrédula.
¿De qué me conocía?
Martina le lanzó una mirada asesina. Estaba molesta, lo sabía.
Nico se acercó hasta mí y me dio dos besos.
—Nico Lanzani. Si haces memoria, te acordarás de mí —Sonrió—. Yo y mi 
primo solíamos enterrarte en la arena cuando veraneábamos en Cerdeña. Qué 
tiempos…
Por supuesto que me acordaba. Una vez estuve escupiendo arena durante todo 
el día. Suerte que Gastón y Mauro Lanzani me protegían.
Había cambiado muchísimo, pero seguía siendo muy guapo. Debía de ser el 
gen Lanzani: absolutamente todos los miembros de la familia eran apuestos. Aunque en ocasiones la naturaleza se excedía más con unos que con otros. Recordé a Peter Lanzani. La última vez que lo vi tenía ocho años, pero ya era el más guapo de todos… 

Y también el más travieso.
—¡Vaya, cuánto tiempo! Casi no me acordaba, lo siento —exclamé sonriente 
antes de darle un abrazo. La verdad es que me alegraba mucho de verle.
—Estás perdonada. ¿Cuándo has vuelto?
—El sábado.
—Lo tuyo es suerte, Lali. Al final conocerás a todo el instituto en menos de 
una hora —dijo sonriente Candela—. ¿Qué pasa, Nico? ¿A mí no me saludas?
Nico fue a por ella a la vez que Luca le daba un codazo simulando estar cabreado.
—Para ti también hay, guapita.
—No me llames así. —Luca fingió molestarse. —Seré gay, pero me gusta mi 
nombre.
El timbre interrumpió nuestra conversación, lo que hizo que también me fijara en que Martina se había quedado un poco apartada y nos miraba con los brazos cruzados sobre el pecho. Ahora sí que estaba enfadadísima. Me pregunté si me echaría a mí la culpa.
Se despidió de mí con un gruñido nada más llegar al segundo piso, y se alejó caminando aprisa mientras Luca le gritaba que esperara.
Miré a Candela, desconcertada.
—Es por Nico. Él no le hace mucho caso —explicó antes de cogerme del brazo 
y comenzar a caminar—. Pero no te preocupes. Venga, que te pondré al día.
Comenzó a señalar a diversas personas con las que nos íbamos cruzando por el 
pasillo; me decía sus nombres y cómo eran. En ese momento mi prima pasó justo a 
nuestro lado.
—Dios las cría y ellas se juntan —dijo escondiéndose detrás de mi hombro.
Candela quiso hablar, pero la interrumpí.
—¿Es por eso por lo que somos primas, Euge? —dije dándome la vuelta y cruzando los brazos.
Me miró de arriba abajo y salió disparada.
—Creo que he encontrado mi alma gemela. Con la diferencia de que tú eres sexy de natural y yo tengo que luchar por serlo. —Candela meneó la cabeza de un lado 
a otro.
—No desesperes.
—Lo intentaré. —Reímos antes de que prosiguiera con sus fugaces y agudos 
retratos—. Esa es Nikki Gilardino, y la larguirucha es Mía Fiorentini. Son las secuaces de tu primita. Igual de zorras, créeme.
—No creía que nadie pudiera igualarla —dije.

Candela soltó una carcajada.
Nikki era una morena bajita y peripuesta, pero la llamativa (si se le puede 
llamar así) era Mía, una pelirroja estirada que enseguida me recordó a una llama.
—Y esa que está apoyada en la pared es Laura. —Candela se acercó a mí para 
susurrarme—: No te fíes de ella, es una chismosa. También es la encargada del 
periódico de la escuela.
Era una chica rubia y bastante atractiva. De lejos se podía confundir con una 
Barbie en edición limitada… no por prestigiosa, sino por lo pronto que se hartarían de ella.
Con el dedo índice se enroscaba un mechón de su cabello mientras coqueteaba 
con un chico de cuerpo perfecto. Me recreé en mirarle. Nadie llevaba el uniforme como 
él: desenfadado, pero elegante. Era desgarbado y alto, de espalda ancha y marcada. 
Solo la visión de sus hombros ya incitaba a fantasear. De cintura para abajo…, aparté la 
mirada. Se me estaba yendo la olla. Me imaginaba qué haría si estuviese en la posición de Laura; para empezar, no entrar en clase.
El chico tenía un brazo apoyado en el marco de la puerta de mi clase y susurraba algo a Laura con sensualidad mientras deslizaba sus labios por la mejilla de la chica.
Candela solo me había ido informando sobre las chicas, así que decidí 
preguntarle por el sector masculino del colegio. Pero cuando iba a hacerlo, ya en la 
entrada de la clase, me topé con su rostro.
El muchacho que coqueteaba con Laura ¡era el mismísimo loco del taxi! Me sobresalté tanto que choqué con el marco de la puerta. Él me miró por encima de su brazo y me sonrió de una forma tan sensual que por un momento me quedé embobada mirando su boca. Reaccioné enseguida poniendo cara de asco para disimular. Él sonrió más.
—¡Tú! —susurré impactada.
—Hola, Lali. —El tono de su voz me recordó al de Nico—. Debo decir que el uniforme te queda de escándalo.
—Cállate —interrumpió Candela tapándole la boca. Sonrió mientras lo hacía.
Entré con ella en clase y caminé hacia el pupitre del final casi sin darme cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó Candela.
—¡Ese de ahí es el capullo que robó el taxi! —dije exaltada, señalándole.
Venía hacia mí mientras yo tomaba asiento.
—¿Peter Lanzani? ¡Lo sabía! —Cande chasqueó los dedos.

—¡¿Peter Lanzani?!
Subí cap, ahora empieza lo bueno. Si no hay apenas comentarios dejaré de subir.Lo siento ;(

lunes, 16 de febrero de 2015

Capitulo 9


Peter
Usher sonaba con la canción Trading Places mientras me acomodaba en el
Bentley de Gastón. Ya sabía que Nico, Vico y Stefano estaban a salvo en mi casa, y que mi padre esperaba a que llegara. Me aguardaba una buena bronca y, en realidad, con motivos. Era la cuarta vez que visitaba los calabozos de la comisaría de Trevi en lo que iba de año. Y tan solo habían pasado ocho días desde Nochevieja.
—¿Sabes a quién has arrastrado contigo a comisaría? —me preguntó Gaston aparentando seriedad, pero conteniendo una sonrisa.
Gas sabía el motivo de mi detención y opinaba que debía haber sido más
duro con Franco.
—A una tía que estaba buenísima —recordé sus largas piernas—. En serio,
Gastón, si la hubieses visto, hasta tú te hubieses quedado aluciando.
Soltó una carcajada.
—Ya veo. En realidad, sí, era muy guapa.
—¿Pudiste verla? —pregunté extrañado.
—La saqué del calabozo, Peter.
—¿Cómo? —Ahora estaba todavía más perdido.
Detuvo el coche frente al garaje del edificio Lanzani. Cogió un pequeño
mando, lo sacó por la ventanilla y pulsó el botón. La puerta comenzó a elevarse y
Enrico aprovechó para mirarme.
—Esa «tía» que estaba buenísima era Lali Espósito.
Si esperaba sorprenderme, lo consiguió. Le miré boquiabierto y con los ojos desencajados. Joder, si Angelo se enterase de que su hija pequeña había estado en el
calabozo por mi culpa, me mataría.
«Con la de coches que había en la Via del Corso, y tuve que coger el taxi que
llevaba a Lali», pensé.
—¿Lo sabe Angelo? —pregunté temeroso.

—No, pero lo sabe Silvano.
—¡Es increíble, Peter! Sabes que no puedes ir por ahí pegándote con el grupito de Franco. No dejas de estar en boca de todos y eso nos traerá problemas —dijo mi padre, alterado pero intentando no gritar para no despertar a mi madre y a mis
hermanos mayores—. Encima, has metido a Lali Espósito de por medio. ¿Sabes que
hará la prensa si se entera? ¡Jesús!
Sentado en un sillón, observaba cómo mi padre caminaba de un lado a otro
fumando sin parar.
—Lo siento, tío Silvano. No volverá a ocurrir —dijo Nico poniendo cara de no
haber roto un plato en su vida.
—Tú a callar, ya te hemos calado —dijo su padre, mi tío Alessio—. Y vosotros…
—Miró a Vico y a Stefano— ¿Le disteis duro? —Les guiñó un ojo.
Todos nos miramos algo confundidos, pero terminamos riendo.
Estuvimos cerca de una hora comentando la pelea. Incluso Stefano la representó en
el centro del salón. Lo que comenzó como una reprimenda, terminó como una reunión
de colegas que se explican unos a otros sus batallitas.
Sin embargo, durante todo ese tiempo mi mente no estaba en aquel salón, sino
en una chica de deslumbrantes ojos grises.

domingo, 15 de febrero de 2015

Capitulo 8

Lali
Mi compañera de celda se sentó justo a mi lado y me observó con… ¿avidez?
Rezaba para que Gastón llegara cuanto antes. Ya le había llamado y me había dicho que no tardaría. La verdad es que parecía bastante tranquilo, como si ya supiera lo quehabía ocurrido. Al niñato chulo se lo habían llevado a otra celda, así que no sabía si había hecho su llamada ni si le dejarían salir pronto. Esperaba que no, y que se
pudriera allí dentro.
Aquella mujer tan desagradable comenzó a invadir mi espacio vital
abalanzándose sobre mí lentamente.
—¿No sería mejor que habláramos un rato? Tu y yo podríamos ser amigas.
No, no seríamos amigas nunca.
Su boca dibujó algo parecido a una sonrisa. De repente, estampó su nariz en mi
mejilla e inhaló mi aroma ruidosamente. Me quedé quieta, con los ojos como platos y
sin saber qué hacer.
—Lali Espósito di Castro —llamó justo en ese momento el policía que respondía al nombre de Giorgio.
Me levanté ipso facto y me lancé a los barrotes entre los que ya veía la
tranquilizadora figura de Gastón.
—¡Gracias al cielo! —exclamé antes de que la puerta se abriera—. Quita de en
medio. —Empujé al policía que me franqueaba la puerta y me tiré al cuello de Gas.
Sus brazos me rodearon suavemente, apretándome contra su cuerpo. Su calor
me calmó… pero solo unos segundos. Cuando volví en mí, me aparté de él y comencé a despotricar.
—Mi primera noche en Roma y acabo aquí por culpa de un capullo que está
loco. Créeme Gastón, temí por mi vida. Deberían encerrarlo en un manicomio.
Comenzó a pegarse con otro tío y me aplastaron. Y minutos antes nos estrellamos
contra un muro. ¡Mira mi ropa!
Extrañamente, Gas parecía divertido. Me cogió de los hombros y me obligó a
mirarle.
—Cálmate Lali, mi amor. No hay de qué preocuparse.
—¿Que no hay de qué preocuparse? ¡Mi padre me matará!
—Angelo cree que duermes en casa de Martina. Ya está todo listo, ella te espera en
su casa.
Volví a abrazarle.
—Eres mi ángel.
En ese momento, la reclusa estiró el brazo, cogió un mechón de mi cabello y
comenzó a olisquearlo entre los barrotes. Giorgio la alejó y a Gas se le dibujó una
sonrisa al ver mi cara de terror.
—Quieta, Rosa —dijo el policía.
—Sácame de aquí ahora mismo —murmuré con voz ahogada.
—Tengo que quedarme, fuera te espera un coche que te llevará a casa de los Stoessel.
Me besó en la frente y me alejé de él a toda prisa sintiendo cómo su mano se
separaba de la mía cuando nuestros brazos ya no podían estirarse más.

Capitulo 7

Peter
Franco logró escapar mientras detenían a la chica. Quise ir tras él, pero ya me
habían cazado. Me empujaron contra la pared y me pusieron las esposas.
—Peter, ¿cuándo aprenderás? —se mofó uno de los guardias.
—Tú no podrás ver ese día porque estarás de guardia de seguridad en un centro comercial.
Me encargaría de ello en cuanto pudiera.
—Qué gracioso. —Hizo una mueca antes de empujarme hacia el coche—.
Vamos, esta noche dormirás en el calabozo.
La muchacha no dejaba de gritar y se resistía a entrar en el vehículo. Estaba
toda desaliñada, pero aun así exhibía un cuerpo increíble… y bastante ágil. Colocó una pierna en la puerta y empujó hacia atrás provocando que dos policías tuvieran que

reducirla. Finalmente entró y comenzó a dar patadas a los asientos. Sonreí.
—Señorita, cálmese o tendrá problemas.
—¡Ya los tengo! ¡Le juro que se arrepentirán de esto! —les gritaba, y yo opinaba lo mismo—. Yo solo iba hacia mi casa cuando este gilipollas —dijo señalándome con la cabeza. Alcé una ceja, incrédulo— sacó al taxista del coche y comenzó a conducir como un loco.
—Todo eso podrá contarlo en comisaría.
—¡¿Qué?! ¡Oh, Dios mío! —Dejó de hablar y se desplomó en el asiento.
Por fin pude observarla con tranquilidad. Era increíblemente guapa; piel pálida
y tersa, labios carnosos, nariz perfecta y unos ojos grises deslumbrantes. Casi
iluminaban la penumbra del vehículo. Tenía el cabello muy largo y liso, de un castaño
ceniza más claro que oscuro. Del cuerpo no pude ver mucho, pero apuntaba maneras.
—¿Qué coño estás mirando, imbécil? —me preguntó clavando aquellos ojazos
en los míos. Jamás había visto una belleza igual.
—¡Eh, tranquila! Deberías relajar el labio… mira, se hace así. —Comencé a mover la boca lentamente.
—Serás… —Se lanzó a por mí.
Poco podía hacer con las manos detrás de la espalda, pero un mordisco podía
hacer daño.
—Giorgio, esta chica intenta matarme —le dije a uno de los policías en tono
jocoso.
—Si lo consigue, le estaré eternamente agradecido.
—¡Ja! qué gracioso. —La empujé con un hombro—. ¿A qué comisaría vamos?
Giorgio me miró con cara de pocos amigos mientras la muchacha me enviaba
miradas asesinas.
—Ya lo sabes.
—No, no lo recuerdo —ahora me tocaba mofarme a mí. Sabía exactamente
donde nos dirigíamos.
—A Trevi, y ahora cállate —le gruñó el policía.

Trevi, perfecto. En una hora estaría en la calle.

Capítulo 6

Lali
—A Viale delle Magnolie, lo más rápido posible, por favor —dije sabiendo que 
llegaría con retraso. Solo faltaban diez minutos para las doce.
Coger un taxi en el Corso del Renascimento me llevó cerca de quince minutos. 
Y cuando lo logré, me topé con un vehículo que parecía rodar de puro milagro. Al 
tomar asiento, me clavé las bolitas de color teja de la funda del asiento. La voz de una 
cantante con problemas de garganta surgía de la radio. —Me llevó unos segundos 
reconocer que se trataba de música árabe—. Un olor a kebab rancio cubría todo el 
interior.
—Dios, tendré que volver a ducharme en cuanto llegué —mascullé al descubrir 
que había grasa por todos lados—. Dígame, ¿ha pensado en lavar este trasto?
El hombre sonrío y aceleró de golpe provocando que me estampara contra el 
asiento delantero. Lo hizo a propósito, pero no me molestó. Es más, sonreí.
—Señorita, se hace lo que se puede.
—Si usted lo dice.
Para ser casi medianoche, el tráfico era insufrible. Tan solo tres calles nos había 
llevado los diez minutos que tenía de límite. Y ahora nos encontrábamos en otro atasco 
en la Via del Corso.
—¿Está usted seguro de que este era el camino más corto?
—En Roma no hay atajos, señorita. Debería saberlo.
—Ya, claro. Usted está buscando propina —resoplé mientras el hombre sonreía.
—Por supuesto. Tengo que alimentar a mis tres esposas.
Le miré con los ojos abiertos de par en par.
—¿No lo dirá en serio?
Mi comentario le hizo aún más gracia.

—Solo bromeaba. —Negó con una mano.
—En fin, si acepta tarjeta, podemos llegar a un acuerdo. Siempre y cuando no 
lleguemos más tarde de las doce y cuarto. De lo contrario, se encontraría con un 
cadáver —le dije tan dramáticamente como pude.
—¿Dónde vive exactamente?
—En la mansión Espósito.
El taxista abrió la boca ligeramente. Después me observó por el retrovisor. Sin 
duda, no esperaba que viviera allí.
—¿Y qué hace cogiendo un taxi? —preguntó avanzando unos metros y 
volviéndose a detener.
Por suerte, ya estábamos en la Piazza del Popolo.
—Quiero independencia…
De repente, su puerta se abrió y un muchacho arrancó al taxista del asiento de 
un tirón. Solté un chillido al verle rodar por el suelo mientras se quejaba y maldecía. El 
muchacho se subió al coche, cerró la puerta y comenzó a maniobrar de una forma tan 
experta como brusca. No me dio tiempo a verle la cara, porque caí entre los asientos 
cuando dio un giro violento, pero sí pude escuchar cómo chocábamos con varios 
vehículos.
Me incorporé sin dejar de gritar.
«Que no sea un secuestro. Que no sea un secuestro», me iba diciendo a mí 
misma para tranquilizarme.
Volvió a virar rápido para entrar en la Piazza del Popolo sin el menor temor a 
atropellar a algún peatón. Dios, iba a morir, seguro.
Le miré. Era joven, de mi edad más o menos.
—¡Me cago en la puta! ¡¿Cómo coño se apaga este trasto?! —gritó sofocado, 
intentando apagar la radio.
Será gilipollas.
Soltó el volante y se puso a darle golpes con el puño y con la pierna como si se 
le fuera la vida en ello. ¡Estaba loco!
La chica con problemas de garganta dejó de sonar enseguida, pero la música fue 
sustituida por las sirenas de la policía. Venían detrás de nosotros.
—Maldita mierda de coche. ¿Por qué coño no he cogido el Fiat? —gritó, a la vez 
que se percataba por fin de que tenía compañía tras él—. ¡Joder!
Aproveché para atacar y me lancé sobre él dándole patadas.

—¡No me secuestres, capullo! ¡Déjame bajar! —chillé con fuerza mientras él esquivaba mis golpes.
—¡¿Quieres estarte quieta?! ¡Estás delirando!
El coche se desvió de repente y chocamos contra un muro. Salí despedida hacia 
delante y me golpeé la cabeza y los hombros contra el salpicadero. Los cristales 
cayeron sobre mí, pero enseguida percibí cómo el chico me cubría. De milagro, no sufrí  ningún corte.
Lo empujé y me arrastré hasta la puerta con el cuerpo dolorido. Me lancé al 
suelo y caí en un charco justo antes de que otro chaval se tropezara con mis piernas. 
¿De dónde había salido este?
—¿Vienes a por más?, Franco —dijo mi presunto secuestrador.
—Me subestimas.
El tal Franco se lanzó a por el otro muchacho y comenzaron a pegarse 
prácticamente sobre mí. Intenté escapar, pero cayeron al suelo y Franco me dio un 
puñetazo en el hombro.
—Quita de aquí, joder —me espetó.
Le di una patada justo cuando un policía me sujetaba por la espalda y me 
arrastraba fuera de allí. El acero caliente del capó fue lo que sentí en mi cara mientras 
unas esposas me inmovilizaban las muñecas.
Estaba detenida.
Chicas hay muchas visitas y pocos comentarios .Si hay comentarios subo más sino..tendré que dejarla

sábado, 14 de febrero de 2015

Capítulo 5

Peter
Vi la Piazza de la Marina en cuanto di la última curva. La pelea ya había comenzado… con más gente de la que esperaba. El grupito de Franco y sus muñequitas había venido acompañado de más acólitos. Nos doblaban en número. Unas ancianas que pasaban por allí salieron escopeteadas al ver aquel espectáculo de patadas y puñetazos. Me dio tiempo a ver que una de ellas se disponía a telefonear; pronto tendríamos la visita de los carabinieri.
Detuve mi Yamaha YZF R1 negra hincando la rueda delantera en el asfalto de una forma un tanto agresiva. Soltó un chirrido que vino acompañado de una débil humareda blanca, que no me impidió ver cómo uno de los gemelos Espósito, Valentino, sujetaba los brazos de Nico mientras Franco le daba un golpe en el estómago. Mi amigo Victorio tenía la cabeza de Steve bien aferrada entre su brazo y las costillas y no dejaba de darle puñetazos. Otro muchacho saltó sobre él, pero Vico se zafó rápidamente sacudiendo los hombros. Nadie quería pelearse con Vico. Era un tío de metro noventa, grande y muy fuerte. Costaba adivinar que tuviera dieciocho años.
Francesco, el otro gemelo, y otros dos niñatos más intentaban retener a Stefano. Este sonreía mientras los esquivaba. Stefano era pequeño y muy escurridizo, así que en una pelea lo único que podías hacer era correr tras él.
Sin embargo, lo que más me molestó fue ver que un muchacho, rezagado del meollo, grababa la pelea desde su móvil.
Apreté los labios mientras me bajaba de la moto tirándola a un lado. Solo llevaba unas semanas con ella, pero no era la primera vez que rompía algo. Qué más daba, podría comprarme otra cuando quisiera.
 Me lancé sobre el muchacho, que no me había visto llegar. Le arranqué el móvil y, con él, le di un puñetazo en la cara. El aparato se hizo trizas entre mis dedos. Cayó al suelo fulminado; uno menos.
Ahora Franco era mi objetivo y fui a por él con decisión. Levanté la pierna y la lancé contra su pecho con tal fuerza que lo tiré al suelo. Al caer, pude oír un pequeño gemido. No dejé que se levantara, salté sobre él y le di un puñetazo que impactó en la mandíbula. Su cabeza rebotó contra el suelo, y el labio y la nariz comenzaron a sangrarle. Aun así, sacó fuerzas de donde no las tenía para revolverse y empujarme. Caí y se colocó sobre mí. Nico desvió el golpe que iba a darme con una patada. Aquel simple gesto hizo que yo volviera a darle otro puñetazo. Lo que no esperaba era que Steve se zafara de los brazos de Vico y me diera una patada en la ceja.
Noté cómo la sangre se deslizaba por mi cara, pero eso no impidió que me lanzara sobre él. Le di un puñetazo en el estómago y comencé a pegarle en la cara mientras gritaba.
De repente, se oyeron las sirenas de la policía acercándose. La jodida llamaba de las viejas había sido muy efectiva. Era el momento de salir cagando leches, pero no podría hacerlo en la moto porque venían por esa dirección.
Nico tiró de mí con fuerza y me puso en pie.
—¡Vamos, tenemos que irnos, Peter! —gritó Vico comenzando a correr.
Stefano le siguió y, tras ellos, los gemelos y el muchacho del móvil, que iba sangrando.
—¡Peter! —chilló Nico.
Franco, ya de lejos, me observaba con una sonrisa fanfarrona y mirada interrogante. Sabía que ahí no terminaba la cosa. Se había atrevido a tocar a mi primo y a mis amigos, y eso no lo podía consentir. Me encargaría de él en cuanto se volviera a cruzar en mi camino.
—¡Estás muerto, hijo de puta! —clamé antes de sentir como Nico me obligaba a correr.
Un coche de los carabinieri apareció cortándonos el paso justo cuando íbamos a cruzar la calle. Reboté contra él y me impulsé hacia delante saltando sobre el capó. Retomé velocidad y dejé al policía saliendo del coche. Nico retrocedió y se perdió entre los árboles. Por suerte, la atención no estaba puesta en él… sino en mí

Chicas si hay más de 8 comentarios subiré otra maratón de 5 capítulos y si hay incluso más de 10!!!  

Capítulo 4

Lali
Suspiré y retoqué el maquillaje de mis ojos con un dedo mientras Gastón detenía el coche en doble fila. Me miró sonriente. —Deja de retocarte, ya sabes que estás estupenda. Estarlo más seria delito, créeme.
Le miré resoplando. Aquellos cumplidos no me los podía hacer una persona con las características de Gastón. Terminaría enamorándome de él.
—¿Por qué no dejas a mi hermana y te vienes conmigo? —le supliqué.
Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás. Era increíble lo mucho que se parecía a Leonado DiCaprio. La única diferencia era que Gastón era algo más varonil y tenía el pelo más corto.
—Lo he pensado, en serio. Aunque la diferencia de edad…
—Solo tienes veintisiete años, Gastón —le interrumpí sonriente.
—Bien, entonces escapémonos. Ahora mismo. —Se inclinó hacia delante y me besó en la mejilla—. Que lo pases bien y sé buena con los muchachos.
—No lo creo. —Salí del vehículo al tiempo que descubría a un grupo de tres chicos mirándome fijamente.
Eran de mi edad y parecían el típico grupo de hippies que se pasa la tarde fumando maría y bebiendo té con algún aditivo extra.
Decidí divertirme un poco. Cerré la puerta del coche y apoyé los codos en ella mientras insinuaba mis piernas. Gaston sacudió la cabeza.
—No seas mala —sonrió.
Solté una carcajada mientras agitaba el pelo. La imagen quedó
más imponente gracias a una débil ráfaga de viento.
—Será mejor que me marche.
—Sí. Si necesitas algo, llámame —me dijo Gastón.
—De acuerdo, te quiero.
—Yo también.
Gastón se marchó cuando mi móvil comenzó a sonar. Abrí mi bolso aprisa y encontré el nombre de Gastón parpadeando en el centro de la pantalla. Descolgué acelerada.
—Si te dijera que eres la tía más guapa de todo Roma y que me muero de envidia por ese cuerpazo que tienes, ¿me creerías? —Su voz sonó jovial, como siempre.
—Sabes que sí —repuse utilizando un tono bastante narcisista.
Los chicos seguían observándome.
—¡Bien! ¡Sigues siendo la misma creída de siempre! —La escuché detrás de mí.

No me dio tiempo ni a reaccionar cuando ya la tenía presionando mi cuerpo con fuerza. Comenzó a gritar mi nombre y a dar saltos. Varias personas nos miraban sorprendidas, pero no era de extrañar, parecíamos dos histéricas sin pudor alguno.
—¡Lali! —volvió a gritar aferrándose a mi cuello.
—¡Martina! —La abracé, y volví a oler aquel aroma fresco a limón y jazmín.
—Joder, la espera se me ha hecho eterna. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?
—No hace falta que me lo jures. No veía la hora de verte.
Percibí un extraño cambio de apariencia en ella. Tenía el cabello igual de largo, pero desmontado y con unas suaves mechas cobrizas sobre su color castaño. El flequillo también estaba retocado; se lo había cortado a la altura de las cejas, lo que hacía que sus dulces facciones y sus ojos caramelo fueran más intensos.
—¿Qué te has hecho en el pelo? —pregunté después de examinarla.
Ella se echó a reír inclinando la cabeza hacia atrás.
—¿No te gusta?
—Te queda genial.
—Quería cambiar de imagen, y Luca y Cande me aconsejaron.
—Estás preciosa. Por cierto, ¿Luca y Cande?
—Sí, nos están esperando en el Giordana’s. Tengo muchas ganas de que los conozcas.
No me di cuenta de que habíamos comenzado a caminar y ya estábamos atravesando la Piazza Navona. Me explicó un montón de cosas en los pocos minutos que tardamos en llegar a la cafetería. No dejaba de parlotear sobre todos los amigos que había hecho, sobre los chicos que había conquistado, sobre los problemas con su padre y su nueva novia… Aunque este tema quiso tocarlo bien poco.
—Bien, este es el Giordana’s. Está genial, seguro que te gusta —me aseguró Martina en la puerta del local.
El ambiente era de los 80. Suelo de cuadros negros y blancos; barra blanca iluminada, con los bordes redondos y dispensadores de helado de la época; paredes rojas, y sillas forradas de cuero. Daba la impresión de estar en la película
Regreso al futuro. Me fascinó. Del hilo musical surgía Edge of seventeen de Stevie Nicks y no pude evitar cantarla por lo bajo. Martina me miró y sonrió sorprendida.
—Me gusta esta canción —casi sonó a excusa, pero sonreí.
—¿Por qué no le metes algo de
swing mientras caminas? —Sabes que lo haré.
Aunque en el local había gente, no me corté a la hora de caminar al ritmo de la melodía. De la mesa del final se levantó un muchacho delgado que vino a mi
encuentro, bailando. Martina soltó una carcajada y supe que se trataba de Luca. Iba bien peripuesto. Llevaba el flequillo hacia un lado y el resto de su negro cabello engominado hacia atrás. Dos pequeños aros adornaban sus orejas y sus labios brillaban de una forma especial, seguramente por el brillo labial.
—¡Lali! —clamó aquel chico, con una voz estridente. —¡Uau, chica! ¡Eres más guapa que en las fotos! Y créeme, eso es muy difícil, encanto —añadió tocando cada curva de mi cara como si fuese un ciego reconociendo a una persona—. Muy difícil, ¿has pensando en trabajar como modelo?
—Gracias, pero no. No me va ese rollo.
—Ella es más de números —añadió Martina, sonriente—. Concretamente, de ciencias. Quiere estudiar Bioquímica clínica.
—Vaya, nena, con la cantidad de carreras que hay en medicina, escoges la más sencilla —dijo, irónicamente, una muchacha morena. Ella debía de ser Cande.
—¡Dios, qué lastima! Podría hacer una gran campaña contigo —continuó Luca. Vi enseguida que aquel muchacho no dejaría de hablar— ¡Y qué ojos! ¿Son lentillas?
—No… —Sonreí mientras observaba cómo Luca escudriñaba mis ojos.
—Jamás he visto un gris tan deslumbrante… ¡Es increíble!
—Poca gente tiene ese color… —añadió Martina.
La escena no podía ser más peculiar: la chica que parecía ser Cande y yo observábamos cómo Luca y Martina conversaban sobre mis ojos.
—Muy poca —prosiguió Luca.
—Aunque sé de alguien…
—¿Quién?
—Peter —contestó Martina.
—¿Qué Peter?
—Nuestro Peter, Peter Lanzani. Aunque él los tiene azules.
Aquello fue una sorpresa para mí. No esperaba que el hijo pequeño de Silvano Lanzani entrara en nuestra conversación; mejor dicho, en su conversación.
—¡Oh sí! Peter Lanzani. Está tan… —Luca levantó los ojos al techo, soñando con quién sabe qué fantasías.
—Bueno, ya basta… —interrumpió Candela, pestañeando. —Yo soy Candela y si te estás preguntando si Luca es así siempre; la verdad es que sí, es así —me dijo mientras me daba un beso—. Encantada de conocerte al fin.
—Ten cuidado, Lali. Daniela proviene de los rottweiler —dijo Luca, bromeando con ella.
—¡Cállate! —Le propinó un empujón.

Candela llevaba el cabello, de color negro azabache, cortado justo sobre los hombros. Su largo flequillo dejaba entrever unos ojos aguamarina que me deslumbraron. Me encantaba su estilo. Vestía de una forma más urbana, aunque resultaba sensual y muy femenino. Se le notaba una personalidad fuerte y resolutiva, con seguridad en sí misma…, sin duda una anomalía entre los adolescentes. Su tono de voz, tan cálido, me tranquilizaba.
—Bueno, Lali, ¿has probado los helados del Giordana’s? —preguntó Candela aferrándose a su bufanda de lana malva.
—Esperaba hacerlo ahora mismo.

Capítulo 3

Peter
 Descubrí las finas y morenas piernas de Mía apoyadas en una de las columnas que flanquean la entrada de mi edificio cuando mi primo y yo salíamos del garaje. Nico me lanzó una mirada burlona de lo más significativa. Minutos antes habíamos discutido sobre las probabilidades que tenía de encontrarme con Mía. Nico barajaba dos opciones: la primera era que podía ser que apareciera por casualidad o, al menos, eso me haría creer; la segunda, que se presentara en mi casa de improvisto con un modelito de infarto y dispuesta a cualquier cosa. Yo no esperaba ninguna de las dos y Nico se decantaba por la segunda opción. Llevaba razón.
Ahí estaba Mía, dejando que sus caderas se dibujaran provocativas bajo una corta falda azul y observándome, expectante a mi reacción, que no fue otra que mirarla de arriba abajo.
Tenía que admitir que estaba increíble, y que aquellas piernas no eran aptas para cardíacos, pero sabía que todas esas sensaciones un tanto libidinosas se desvanecerían en el momento en que Mía abriese la boca. Le había dicho millones de veces que no la quería, que nuestra relación solo era sexual, y ella parecía aceptarlo dichosa. Me había dicho que era lo único que quería de mí y yo era lo máximo que podía ofrecerle.
Balanceé las llaves de mi moto entre mis dedos observando de soslayo la reacción de mi primo, quien se acercó a su Honda CBR roja, arrancó y dio un pequeño saltó al sentarse. Su sonrisa burlona me molestó bastante.
—Te espero en la Piazza de la Marina…
Aceleró directo hacia mí esperando que me asustara. Pero yo ni siquiera me moví, aunque aproveché, eso sí, para regalarle una sonrisa impertinente. Nos conocíamos demasiado bien, y sabíamos descifrar cualquier mensaje que enviara nuestro rostro. Era mi primo, pero lo consideraba mi hermano.
—Sé bueno, Peter —se burló antes de salir del garaje—. Y tú, no seas demasiado dura, Mía.
Desapareció entre la gente que se agolpaba delante de la Fontana di Trevi, en esos momentos una bella estampa barroca resaltada por la luz anaranjada que
desprendían las luces de la plaza.
Mía me abordó rodeando mi cuello y empujándome contra la pared. Sabía bien cómo moverse para retenerme y capear mis intentos por apartarla.
—¿Por qué no has contestado mis llamadas? —preguntó besándome el cuello.
—No sabía que tuviera que hacerlo —dije bruscamente mientras ella metía las manos bajo mi jersey para acariciar mi vientre—. Mía, tengo que irme. Me están esperando.
—Ahora estás conmigo —susurró rozando mi oreja con su lengua.
Se aferró con más fuerza a mi cuello y no pude evitar apretarla entre mis brazos, ansioso. Mía sabía que me descontrolaba con facilidad y supo provocar esa situación para no dejarme escapar.
Recorrimos enganchados cada rincón del garaje hasta que llegamos al vestíbulo del edificio Gabbana. Ella conocía bien el lugar y sabía por dónde guiarme
afortunadamente tuve tiempo de ver que sus intenciones eran subir a mi habitación y pude impedirlo entrando en una sala del primer piso.
La senté sobre la mesa y me quité el jersey sin dejar de besarla. Acaricié sus muslos mientras su respiración desbocada recorría mi cuello. Mía clavaba suavemente sus uñas en mi espalda atrayéndome, aún más, hasta ella. Mis besos se alejaron de sus labios, los deslicé por su cuello, por su clavícula… y por su vientre antes de volver a subir; sabía que aquello la volvería loca. Efectivamente, soltó un ligero gemido, y yo sonreí levemente escondiéndome tras su ondulado cabello rojo.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó buscando mi boca.
—¿Acaso no es lo que deseas?
Aquel suave e intrigante susurro terminó de excitarla. Tiró de su camisa y tomó mis manos para llevarlas a su pecho. Volví a besarla una vez más mientras me deshacía de su falda.
Ni la amaba ni quería nada serio con ella —en realidad, no quería nada serio con nadie—, pero eso no me impedía disfrutar de aquel momento.
De repente, la melodía de mi móvil

comenzó a sonar en el bolsillo de mi pantalón. Me detuve e intenté alejarme de Mía para coger el teléfono, pero ella tiró de mí con furia.
—No es el mejor momento, Peter —masculló, intentando retenerme con las piernas.
Miré la pantalla del móvil con el rabillo del ojo cuando ya dejaba de sonar. Era mi primo.
—Así está mejor. —Aquel besó se entremezcló con una nueva llamada.
Mauro insistía, lo que significaba que había problemas. Mi primo no era la típica persona a la que le gustara interrumpir un momento… especial, por llamarlo de alguna manera. Si volvía a llamar significaba complicaciones.
—¡Joder! —clamó Mía empujándome.
En otras circunstancias le habría dicho lo imbécil que era, pero ya me importaba una mierda lo que ella pensara o sintiera. Me preocupaba más lo que me aguardaba tras aquella llamada.
—¿Qué pasa? —pregunté directamente nada más descolgar.
—Franco tiene ganas de pelea.
Sobraban las palabras. Si ese capullo amiguito de Benjamín Amadeo y su grupito de niñatos querían pelea habían topado con las personas idóneas para ello.
Me vestí rápidamente y cogí las llaves de mi moto haciendo caso omiso a los insultos que profería la aguda y cabreada voz de Mía detrás de mí. No me importaba que estuviera enfadada; segundos antes, parecía todo lo contrario.
Llegué al garaje y me monté en la moto casi al mismo tiempo que la arrancaba. Mía me dio un ridículo puñetazo en el hombro al ver que no la escuchaba.
—A ver si te enteras, Mía. No eres nadie para controlarme. No te pertenezco y tampoco quiero pertenecerte. No quiero nada contigo. Solo es sexo, ya lo hablamos. No hay sentimientos que me aten a ti, no hay nada entre tú y yo. Así que deja de joderme, ¿quieres? —Encorvé los hombros y le indiqué la puerta con un suave gesto de la barbilla.
Me miró encolerizada.
—Eres un cabrón —masculló saliendo de allí.
—Lo sé —murmuré como si me lo dijera a mí mismo. Pero Mía lo debió de interpretar como si se tratara de una tentativa de arrepentimiento, porque se dio la vuelta y me miró casi sonriente. Una vez más, se confundía—. Pero no me preocupa que alguien como tú me lo diga.
En cuanto salí a la Via del Tritone y pude acelerar, el frío impactó, punzante, en mi rostro. Era molesto y me costaba ver el asfalto, pero no disminuí la velocidad. Al contrario, apreté los dientes y aceleré aún más. Si tenía algún problema con los carabinieri, más tarde lo solucionarían mi padre o Gastón. Ellos eran los dueños de la policía de Roma y nadie cuestionaría la decisión de Silvano Lanzani, el director general.
Las luces de las farolas formaban una línea recta y brillante que yo iba siguiendo a toda velocidad, aunque con el control suficiente para ver cómo las miradas de los transeúntes que paseaban por las aceras se quedaban reflejadas en el retrovisor. No dejaba indiferente a nadie, y si no hubiese tenido tanta prisa, me habría recreado en regalarles algún comentario o gesto obsceno.
De repente, las luces comenzaron a distorsionarse formando pequeños destellos. Había alcanzado una pequeña caravana de coches que circulaban tranquilos
por la avenida y tuve que ralentizar mi marcha para poder esquivarlos. Adelanté a varios vehículos rozando los retrovisores, pero cuando los conductores asomaban sus cabezas por la ventanilla para increparme, sus voces se cortaban en seco al reconocerme.
El semáforo cambió del verde al ámbar y, enseguida, al rojo. La avenida que tenía enfrente ya se había llenado de coches que pasaban a toda velocidad, pero no me importó. Aceleré y crucé la calle dejando atrás un alboroto de pitos e insultos.