domingo, 15 de febrero de 2015

Capitulo 8

Lali
Mi compañera de celda se sentó justo a mi lado y me observó con… ¿avidez?
Rezaba para que Gastón llegara cuanto antes. Ya le había llamado y me había dicho que no tardaría. La verdad es que parecía bastante tranquilo, como si ya supiera lo quehabía ocurrido. Al niñato chulo se lo habían llevado a otra celda, así que no sabía si había hecho su llamada ni si le dejarían salir pronto. Esperaba que no, y que se
pudriera allí dentro.
Aquella mujer tan desagradable comenzó a invadir mi espacio vital
abalanzándose sobre mí lentamente.
—¿No sería mejor que habláramos un rato? Tu y yo podríamos ser amigas.
No, no seríamos amigas nunca.
Su boca dibujó algo parecido a una sonrisa. De repente, estampó su nariz en mi
mejilla e inhaló mi aroma ruidosamente. Me quedé quieta, con los ojos como platos y
sin saber qué hacer.
—Lali Espósito di Castro —llamó justo en ese momento el policía que respondía al nombre de Giorgio.
Me levanté ipso facto y me lancé a los barrotes entre los que ya veía la
tranquilizadora figura de Gastón.
—¡Gracias al cielo! —exclamé antes de que la puerta se abriera—. Quita de en
medio. —Empujé al policía que me franqueaba la puerta y me tiré al cuello de Gas.
Sus brazos me rodearon suavemente, apretándome contra su cuerpo. Su calor
me calmó… pero solo unos segundos. Cuando volví en mí, me aparté de él y comencé a despotricar.
—Mi primera noche en Roma y acabo aquí por culpa de un capullo que está
loco. Créeme Gastón, temí por mi vida. Deberían encerrarlo en un manicomio.
Comenzó a pegarse con otro tío y me aplastaron. Y minutos antes nos estrellamos
contra un muro. ¡Mira mi ropa!
Extrañamente, Gas parecía divertido. Me cogió de los hombros y me obligó a
mirarle.
—Cálmate Lali, mi amor. No hay de qué preocuparse.
—¿Que no hay de qué preocuparse? ¡Mi padre me matará!
—Angelo cree que duermes en casa de Martina. Ya está todo listo, ella te espera en
su casa.
Volví a abrazarle.
—Eres mi ángel.
En ese momento, la reclusa estiró el brazo, cogió un mechón de mi cabello y
comenzó a olisquearlo entre los barrotes. Giorgio la alejó y a Gas se le dibujó una
sonrisa al ver mi cara de terror.
—Quieta, Rosa —dijo el policía.
—Sácame de aquí ahora mismo —murmuré con voz ahogada.
—Tengo que quedarme, fuera te espera un coche que te llevará a casa de los Stoessel.
Me besó en la frente y me alejé de él a toda prisa sintiendo cómo su mano se
separaba de la mía cuando nuestros brazos ya no podían estirarse más.

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