sábado, 14 de febrero de 2015

Capítulo 4

Lali
Suspiré y retoqué el maquillaje de mis ojos con un dedo mientras Gastón detenía el coche en doble fila. Me miró sonriente. —Deja de retocarte, ya sabes que estás estupenda. Estarlo más seria delito, créeme.
Le miré resoplando. Aquellos cumplidos no me los podía hacer una persona con las características de Gastón. Terminaría enamorándome de él.
—¿Por qué no dejas a mi hermana y te vienes conmigo? —le supliqué.
Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás. Era increíble lo mucho que se parecía a Leonado DiCaprio. La única diferencia era que Gastón era algo más varonil y tenía el pelo más corto.
—Lo he pensado, en serio. Aunque la diferencia de edad…
—Solo tienes veintisiete años, Gastón —le interrumpí sonriente.
—Bien, entonces escapémonos. Ahora mismo. —Se inclinó hacia delante y me besó en la mejilla—. Que lo pases bien y sé buena con los muchachos.
—No lo creo. —Salí del vehículo al tiempo que descubría a un grupo de tres chicos mirándome fijamente.
Eran de mi edad y parecían el típico grupo de hippies que se pasa la tarde fumando maría y bebiendo té con algún aditivo extra.
Decidí divertirme un poco. Cerré la puerta del coche y apoyé los codos en ella mientras insinuaba mis piernas. Gaston sacudió la cabeza.
—No seas mala —sonrió.
Solté una carcajada mientras agitaba el pelo. La imagen quedó
más imponente gracias a una débil ráfaga de viento.
—Será mejor que me marche.
—Sí. Si necesitas algo, llámame —me dijo Gastón.
—De acuerdo, te quiero.
—Yo también.
Gastón se marchó cuando mi móvil comenzó a sonar. Abrí mi bolso aprisa y encontré el nombre de Gastón parpadeando en el centro de la pantalla. Descolgué acelerada.
—Si te dijera que eres la tía más guapa de todo Roma y que me muero de envidia por ese cuerpazo que tienes, ¿me creerías? —Su voz sonó jovial, como siempre.
—Sabes que sí —repuse utilizando un tono bastante narcisista.
Los chicos seguían observándome.
—¡Bien! ¡Sigues siendo la misma creída de siempre! —La escuché detrás de mí.

No me dio tiempo ni a reaccionar cuando ya la tenía presionando mi cuerpo con fuerza. Comenzó a gritar mi nombre y a dar saltos. Varias personas nos miraban sorprendidas, pero no era de extrañar, parecíamos dos histéricas sin pudor alguno.
—¡Lali! —volvió a gritar aferrándose a mi cuello.
—¡Martina! —La abracé, y volví a oler aquel aroma fresco a limón y jazmín.
—Joder, la espera se me ha hecho eterna. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?
—No hace falta que me lo jures. No veía la hora de verte.
Percibí un extraño cambio de apariencia en ella. Tenía el cabello igual de largo, pero desmontado y con unas suaves mechas cobrizas sobre su color castaño. El flequillo también estaba retocado; se lo había cortado a la altura de las cejas, lo que hacía que sus dulces facciones y sus ojos caramelo fueran más intensos.
—¿Qué te has hecho en el pelo? —pregunté después de examinarla.
Ella se echó a reír inclinando la cabeza hacia atrás.
—¿No te gusta?
—Te queda genial.
—Quería cambiar de imagen, y Luca y Cande me aconsejaron.
—Estás preciosa. Por cierto, ¿Luca y Cande?
—Sí, nos están esperando en el Giordana’s. Tengo muchas ganas de que los conozcas.
No me di cuenta de que habíamos comenzado a caminar y ya estábamos atravesando la Piazza Navona. Me explicó un montón de cosas en los pocos minutos que tardamos en llegar a la cafetería. No dejaba de parlotear sobre todos los amigos que había hecho, sobre los chicos que había conquistado, sobre los problemas con su padre y su nueva novia… Aunque este tema quiso tocarlo bien poco.
—Bien, este es el Giordana’s. Está genial, seguro que te gusta —me aseguró Martina en la puerta del local.
El ambiente era de los 80. Suelo de cuadros negros y blancos; barra blanca iluminada, con los bordes redondos y dispensadores de helado de la época; paredes rojas, y sillas forradas de cuero. Daba la impresión de estar en la película
Regreso al futuro. Me fascinó. Del hilo musical surgía Edge of seventeen de Stevie Nicks y no pude evitar cantarla por lo bajo. Martina me miró y sonrió sorprendida.
—Me gusta esta canción —casi sonó a excusa, pero sonreí.
—¿Por qué no le metes algo de
swing mientras caminas? —Sabes que lo haré.
Aunque en el local había gente, no me corté a la hora de caminar al ritmo de la melodía. De la mesa del final se levantó un muchacho delgado que vino a mi
encuentro, bailando. Martina soltó una carcajada y supe que se trataba de Luca. Iba bien peripuesto. Llevaba el flequillo hacia un lado y el resto de su negro cabello engominado hacia atrás. Dos pequeños aros adornaban sus orejas y sus labios brillaban de una forma especial, seguramente por el brillo labial.
—¡Lali! —clamó aquel chico, con una voz estridente. —¡Uau, chica! ¡Eres más guapa que en las fotos! Y créeme, eso es muy difícil, encanto —añadió tocando cada curva de mi cara como si fuese un ciego reconociendo a una persona—. Muy difícil, ¿has pensando en trabajar como modelo?
—Gracias, pero no. No me va ese rollo.
—Ella es más de números —añadió Martina, sonriente—. Concretamente, de ciencias. Quiere estudiar Bioquímica clínica.
—Vaya, nena, con la cantidad de carreras que hay en medicina, escoges la más sencilla —dijo, irónicamente, una muchacha morena. Ella debía de ser Cande.
—¡Dios, qué lastima! Podría hacer una gran campaña contigo —continuó Luca. Vi enseguida que aquel muchacho no dejaría de hablar— ¡Y qué ojos! ¿Son lentillas?
—No… —Sonreí mientras observaba cómo Luca escudriñaba mis ojos.
—Jamás he visto un gris tan deslumbrante… ¡Es increíble!
—Poca gente tiene ese color… —añadió Martina.
La escena no podía ser más peculiar: la chica que parecía ser Cande y yo observábamos cómo Luca y Martina conversaban sobre mis ojos.
—Muy poca —prosiguió Luca.
—Aunque sé de alguien…
—¿Quién?
—Peter —contestó Martina.
—¿Qué Peter?
—Nuestro Peter, Peter Lanzani. Aunque él los tiene azules.
Aquello fue una sorpresa para mí. No esperaba que el hijo pequeño de Silvano Lanzani entrara en nuestra conversación; mejor dicho, en su conversación.
—¡Oh sí! Peter Lanzani. Está tan… —Luca levantó los ojos al techo, soñando con quién sabe qué fantasías.
—Bueno, ya basta… —interrumpió Candela, pestañeando. —Yo soy Candela y si te estás preguntando si Luca es así siempre; la verdad es que sí, es así —me dijo mientras me daba un beso—. Encantada de conocerte al fin.
—Ten cuidado, Lali. Daniela proviene de los rottweiler —dijo Luca, bromeando con ella.
—¡Cállate! —Le propinó un empujón.

Candela llevaba el cabello, de color negro azabache, cortado justo sobre los hombros. Su largo flequillo dejaba entrever unos ojos aguamarina que me deslumbraron. Me encantaba su estilo. Vestía de una forma más urbana, aunque resultaba sensual y muy femenino. Se le notaba una personalidad fuerte y resolutiva, con seguridad en sí misma…, sin duda una anomalía entre los adolescentes. Su tono de voz, tan cálido, me tranquilizaba.
—Bueno, Lali, ¿has probado los helados del Giordana’s? —preguntó Candela aferrándose a su bufanda de lana malva.
—Esperaba hacerlo ahora mismo.

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