domingo, 15 de febrero de 2015

Capitulo 7

Peter
Franco logró escapar mientras detenían a la chica. Quise ir tras él, pero ya me
habían cazado. Me empujaron contra la pared y me pusieron las esposas.
—Peter, ¿cuándo aprenderás? —se mofó uno de los guardias.
—Tú no podrás ver ese día porque estarás de guardia de seguridad en un centro comercial.
Me encargaría de ello en cuanto pudiera.
—Qué gracioso. —Hizo una mueca antes de empujarme hacia el coche—.
Vamos, esta noche dormirás en el calabozo.
La muchacha no dejaba de gritar y se resistía a entrar en el vehículo. Estaba
toda desaliñada, pero aun así exhibía un cuerpo increíble… y bastante ágil. Colocó una pierna en la puerta y empujó hacia atrás provocando que dos policías tuvieran que

reducirla. Finalmente entró y comenzó a dar patadas a los asientos. Sonreí.
—Señorita, cálmese o tendrá problemas.
—¡Ya los tengo! ¡Le juro que se arrepentirán de esto! —les gritaba, y yo opinaba lo mismo—. Yo solo iba hacia mi casa cuando este gilipollas —dijo señalándome con la cabeza. Alcé una ceja, incrédulo— sacó al taxista del coche y comenzó a conducir como un loco.
—Todo eso podrá contarlo en comisaría.
—¡¿Qué?! ¡Oh, Dios mío! —Dejó de hablar y se desplomó en el asiento.
Por fin pude observarla con tranquilidad. Era increíblemente guapa; piel pálida
y tersa, labios carnosos, nariz perfecta y unos ojos grises deslumbrantes. Casi
iluminaban la penumbra del vehículo. Tenía el cabello muy largo y liso, de un castaño
ceniza más claro que oscuro. Del cuerpo no pude ver mucho, pero apuntaba maneras.
—¿Qué coño estás mirando, imbécil? —me preguntó clavando aquellos ojazos
en los míos. Jamás había visto una belleza igual.
—¡Eh, tranquila! Deberías relajar el labio… mira, se hace así. —Comencé a mover la boca lentamente.
—Serás… —Se lanzó a por mí.
Poco podía hacer con las manos detrás de la espalda, pero un mordisco podía
hacer daño.
—Giorgio, esta chica intenta matarme —le dije a uno de los policías en tono
jocoso.
—Si lo consigue, le estaré eternamente agradecido.
—¡Ja! qué gracioso. —La empujé con un hombro—. ¿A qué comisaría vamos?
Giorgio me miró con cara de pocos amigos mientras la muchacha me enviaba
miradas asesinas.
—Ya lo sabes.
—No, no lo recuerdo —ahora me tocaba mofarme a mí. Sabía exactamente
donde nos dirigíamos.
—A Trevi, y ahora cállate —le gruñó el policía.

Trevi, perfecto. En una hora estaría en la calle.

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