martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 10




Lali
El lunes a primera hora me reuní con Martina, Cande y Luca en la entrada del 
San Angelo. En ese colegio iba a cursar el último curso de enseñanza media antes de ir 
a la universidad. Me sorprendió que el edificio fuera tan grande. Incluso tenía 
aparcamiento.
Como bien planeó Gas, mi padre no se había enterado de nada de lo que ocurrió el sábado, así que pude pasar el resto del fin de semana con Martina y sus amigos dando largos paseos por la ciudad y gastando dinero con la tarjeta. Por supuesto, 
fuimos caminando a todas partes. No podía arriesgarme a tener otro tropiezo. Estaba 
segura de que pasaría un tiempo hasta que volviera a coger un taxi.
Cuando se lo expliqué a mis amigos, se partieron de risa. No entendí por qué 
les hizo tanta gracia, la verdad.
Entré en la secretaría. Por su decoración, parecía que estabas en la consulta de 

un médico de pago: sillones oscuros flanqueando una mesa de cristal con un bonito jarrón con flores rojas. No me extrañaría que esos colores estuvieran pensados para que 
combinaran con nuestros uniformes. La pared estaba llena de cuadros de alumnos ya graduados y artículos de periódico.
El San Angelo era la mejor institución educativa de Roma y sus becas eran muy 
sonadas. Había una lista de espera de casi dos años para poder entrar. Algunos, como 
mi padre, se la saltaban utilizando las influencias.
Contemplé mi imagen ataviada con el uniforme en un espejo que colgaba en la 
pared del fondo. La falda de pliegues roja con los típicos cuadrados en amarillo y negro dejaba al descubierto mis rodillas, algo que en mi antiguo uniforme era impensable. De hecho, aquel conjunto era totalmente diferente al del internado. Era atrevido, incluso sexy, y muy rojo. La camisa blanca se ceñía a la cintura, lo que ayudaba a marcar la figura. El polo rojo era algo más holgado y clásico, con el nombre y el escudo del instituto bordado en hilo dorado, como una imagen típica de la realeza. 
Aquel jersey era optativo llevarlo, pero a mi madre no le parecía bien que prescindiera 
de él (me lo quité en cuanto salí de casa). Lo más discreto, por así decirlo, era la corbata 
y las medias que ocultaban parte de mis rodillas y casi se unían a la falda. Y después 
estaban los zapatos, que llevaban algo de tacón siguiendo las normas imperantes. Por 
supuesto, yo me puse unos más altos.
Me acerqué al mostrador, donde una secretaria mordisqueaba un bolígrafo 
entre sorbo y sorbo de su café.
—Buenos días, soy Lali Espósito di Castro.
La secretaria se levantó sonriente y se puso a rebuscar mi matrícula en los 
archivos ordenados alfabéticamente que había tras ella. Extrajo mi carpeta, la abrió y cogió un folio que no tardó en sellar y firmar.
—Bien, estás en Ciencias, ¿verdad? —dijo, mientras se quitaba el bolígrafo de su 
boca.
—Así es.
—Tu clase es cuarto D. Aquí tienes el horario. ¿Quieres que te acompañe?
—No, no se preocupe. Tengo amigas que van a la misma clase. —Desvié la 
mirada hacia la puerta. Me saludaron de forma escandalosa desde fuera.
—Genial. Una chica sociable, me alegro —añadió, entregándome el horario—. 
Bueno, pues que tengas un buen día de clase, Lali.
—Muchas gracias.
—Si necesitas algo, aquí estaré. Por cierto, me llamo Antonieta.
—Estupendo, Antonieta. Buenos días. —Salí de la secretaría mirándome el 
horario.
Compartiría clase con Cande.
—Bueno, ¿cuál es tu clase? —preguntó Luca, expectante, en cuanto abrí la puerta de cristal.
—Cuarto D.
Martina resopló algo decepcionada.
—En fin, nos veremos a la hora del recreo. Mi clase está en el otro extremo del pasillo. La comparto con tu querida prima.
—¡Y conmigo! Que no se te olvide —añadió Luca.
—¿Quién es tu prima? —preguntó, curiosa, Candela.
—Eugenia Espósito.
—¡Joder!
En ese momento, Martina miró por encima de mi hombro. Su cara reflejaba entre fascinación y aturdimiento. Jamás la había visto así.
Un muchacho moreno con ojos azul oscuro se acercó y la saludó fríamente. 
Curiosamente, me recordó al loco del taxi. Debía de estar obsesionada.
—Hola Nico. No me has llamado en todo el fin de semana —dijo Martina dándole un suave beso en los labios.
Sin duda, aquel debía de ser el chico del que tanto me había hablado. No terminaban de ser novios, pero ella tenía interés. Más del que él sugería; parecía aburrido.
El tal Nico me miró y sonrió, pasando de responder a Martina.
—Hola, Lali —dijo arrastrando mi nombre. Sonó sexy.
—¿Y tú eres? —pregunté incrédula.
¿De qué me conocía?
Martina le lanzó una mirada asesina. Estaba molesta, lo sabía.
Nico se acercó hasta mí y me dio dos besos.
—Nico Lanzani. Si haces memoria, te acordarás de mí —Sonrió—. Yo y mi 
primo solíamos enterrarte en la arena cuando veraneábamos en Cerdeña. Qué 
tiempos…
Por supuesto que me acordaba. Una vez estuve escupiendo arena durante todo 
el día. Suerte que Gastón y Mauro Lanzani me protegían.
Había cambiado muchísimo, pero seguía siendo muy guapo. Debía de ser el 
gen Lanzani: absolutamente todos los miembros de la familia eran apuestos. Aunque en ocasiones la naturaleza se excedía más con unos que con otros. Recordé a Peter Lanzani. La última vez que lo vi tenía ocho años, pero ya era el más guapo de todos… 

Y también el más travieso.
—¡Vaya, cuánto tiempo! Casi no me acordaba, lo siento —exclamé sonriente 
antes de darle un abrazo. La verdad es que me alegraba mucho de verle.
—Estás perdonada. ¿Cuándo has vuelto?
—El sábado.
—Lo tuyo es suerte, Lali. Al final conocerás a todo el instituto en menos de 
una hora —dijo sonriente Candela—. ¿Qué pasa, Nico? ¿A mí no me saludas?
Nico fue a por ella a la vez que Luca le daba un codazo simulando estar cabreado.
—Para ti también hay, guapita.
—No me llames así. —Luca fingió molestarse. —Seré gay, pero me gusta mi 
nombre.
El timbre interrumpió nuestra conversación, lo que hizo que también me fijara en que Martina se había quedado un poco apartada y nos miraba con los brazos cruzados sobre el pecho. Ahora sí que estaba enfadadísima. Me pregunté si me echaría a mí la culpa.
Se despidió de mí con un gruñido nada más llegar al segundo piso, y se alejó caminando aprisa mientras Luca le gritaba que esperara.
Miré a Candela, desconcertada.
—Es por Nico. Él no le hace mucho caso —explicó antes de cogerme del brazo 
y comenzar a caminar—. Pero no te preocupes. Venga, que te pondré al día.
Comenzó a señalar a diversas personas con las que nos íbamos cruzando por el 
pasillo; me decía sus nombres y cómo eran. En ese momento mi prima pasó justo a 
nuestro lado.
—Dios las cría y ellas se juntan —dijo escondiéndose detrás de mi hombro.
Candela quiso hablar, pero la interrumpí.
—¿Es por eso por lo que somos primas, Euge? —dije dándome la vuelta y cruzando los brazos.
Me miró de arriba abajo y salió disparada.
—Creo que he encontrado mi alma gemela. Con la diferencia de que tú eres sexy de natural y yo tengo que luchar por serlo. —Candela meneó la cabeza de un lado 
a otro.
—No desesperes.
—Lo intentaré. —Reímos antes de que prosiguiera con sus fugaces y agudos 
retratos—. Esa es Nikki Gilardino, y la larguirucha es Mía Fiorentini. Son las secuaces de tu primita. Igual de zorras, créeme.
—No creía que nadie pudiera igualarla —dije.

Candela soltó una carcajada.
Nikki era una morena bajita y peripuesta, pero la llamativa (si se le puede 
llamar así) era Mía, una pelirroja estirada que enseguida me recordó a una llama.
—Y esa que está apoyada en la pared es Laura. —Candela se acercó a mí para 
susurrarme—: No te fíes de ella, es una chismosa. También es la encargada del 
periódico de la escuela.
Era una chica rubia y bastante atractiva. De lejos se podía confundir con una 
Barbie en edición limitada… no por prestigiosa, sino por lo pronto que se hartarían de ella.
Con el dedo índice se enroscaba un mechón de su cabello mientras coqueteaba 
con un chico de cuerpo perfecto. Me recreé en mirarle. Nadie llevaba el uniforme como 
él: desenfadado, pero elegante. Era desgarbado y alto, de espalda ancha y marcada. 
Solo la visión de sus hombros ya incitaba a fantasear. De cintura para abajo…, aparté la 
mirada. Se me estaba yendo la olla. Me imaginaba qué haría si estuviese en la posición de Laura; para empezar, no entrar en clase.
El chico tenía un brazo apoyado en el marco de la puerta de mi clase y susurraba algo a Laura con sensualidad mientras deslizaba sus labios por la mejilla de la chica.
Candela solo me había ido informando sobre las chicas, así que decidí 
preguntarle por el sector masculino del colegio. Pero cuando iba a hacerlo, ya en la 
entrada de la clase, me topé con su rostro.
El muchacho que coqueteaba con Laura ¡era el mismísimo loco del taxi! Me sobresalté tanto que choqué con el marco de la puerta. Él me miró por encima de su brazo y me sonrió de una forma tan sensual que por un momento me quedé embobada mirando su boca. Reaccioné enseguida poniendo cara de asco para disimular. Él sonrió más.
—¡Tú! —susurré impactada.
—Hola, Lali. —El tono de su voz me recordó al de Nico—. Debo decir que el uniforme te queda de escándalo.
—Cállate —interrumpió Candela tapándole la boca. Sonrió mientras lo hacía.
Entré con ella en clase y caminé hacia el pupitre del final casi sin darme cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó Candela.
—¡Ese de ahí es el capullo que robó el taxi! —dije exaltada, señalándole.
Venía hacia mí mientras yo tomaba asiento.
—¿Peter Lanzani? ¡Lo sabía! —Cande chasqueó los dedos.

—¡¿Peter Lanzani?!
Subí cap, ahora empieza lo bueno. Si no hay apenas comentarios dejaré de subir.Lo siento ;(

6 comentarios:

  1. Jajjajajjaa un capullo desde chico.
    Pero bien k le gustó hasta d espaldas

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  2. Nueva lectora, no dejes la nove!
    Gracias Chari por recomendar... Que haría sin ti...

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    1. Ya me he puesto al día...todos la conocen ya jajaja...y Peter...veremos que dice lali cuando se de cuenta que ese es el Peter Lanzni cim el que jugaba de pequeña...

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  3. Acabo de descubrir la historia,me gusta más!!

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  4. me recomendo tu nove Chari
    leere mas tarde los capis ....

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